A los 18 se enteró que su abuelo fue un genocida: “Siento escalofríos al pensar que me abrazaba un asesino y violador”

María Corvalán tiene 20 años: es nieta del coronel Benito Ángel Rubén Omaechevarría, apuntado por más de 100 desapariciones durante la dictadura militarEl 23 de marzo de 2023, María Corvalán dio un paso trascendental en su vida. Sola, tímidamente, se acercó a la presentación del libro de Analía Kalinec, donde cuenta su historia como hija del ex policía federal Eduardo Kalinec, condenado por delitos de lesa humanidad durante la última dictadura. Cuando hubo espacio para las preguntas de los asistentes, María, de apenas 20 años, levantó la mano. Quiso hablar pero se largó a llorar desconsoladamente, hasta que pudo soltar la pregunta que le ardía desde hacía dos años por dentro: “¿Cómo se hace para ser familiar de un genocida y contarlo sin sentirse culpable y sin sentir que uno carga con los crímenes?”.Fue la primera vez que habló, más allá de la burbuja de protección que construyó con sus amigas, sobre lo que se había enterado dos años antes: que su abuelo, el coronel Benito Ángel Rubén Omaechevarría, no había estado preso con domiciliaria en el geriátrico de Campo de Mayo por ser, como le decían sus padres, “un perseguido por el kirchnerismo” o “un preso político”, sino por su rol siniestro durante el terrorismo de Estado ejercido por la última dictadura militar.A Omaechevarría se le adjudican más de 100 desapariciones y una decena de víctimas relató abusos sexuales cometidos presuntamente por este coronel, en su rol de jefe del departamento de Personal del Comando de Institutos Militares. Según cree el abogado de Derechos Humanos Pablo Llonto, Omaechevarría fue “uno de los máximos responsables de la represión, quien tenía listas de todos los detenidos desaparecidos que estaban en (el Centro Clandestino de Detención) El Campito, el tipo que sabía qué pasó con cada desaparecido”.En su casa jamás se tocó el tema. María creció en una familia de militares aplastada por el silencio. Cuando creció avanzó con su curiosidad silenciosamente. En el colegio privado al que iba, en el partido de Pilar, le enseñaron sobre el pasado trágico del país en las clases de Historia. “Al tener esta información quise llevar la discusión a mi casa y le preguntaba a mi mamá, disimuladamente, cómo les tocó la dictadura a ellos, cómo la vivieron. Ella decía que fue un proceso doloroso, terrible, contó que andaba custodiada por temor a que la balearan los Montoneros, pero que de eso no se hablaba más”, recuerda.En 2021, todavía en pandemia, una de sus dos mejores amigas le empezó a mandar al Whatsapp links con noticias sobre el juicio de la megacausa de Campo de Mayo. “La historia me toca la puerta a los 18 cuando empiezo a ver el nombre de mi abuelo en ese juicio. Yo sabía que él era militar. Yo sabía que él había sido coronel durante la dictadura. Pero no esperaba que fuera un genocida”, reconoce. En las notas leyó cómo el papá de su mamá estaba asociado a desapariciones, torturas y violaciones.Corvalán sintió el impacto pero no reclamó nada en su casa. “Quedé en shock un tiempo”, asegura. Y lo hizo en silencio. Con dos hermanos mayores y su papá dentro de la carrera militar, y una madre que consentía las posiciones de la familia, María, adolescente, se sintió sola y ajena en su propia casa: “Mi familia siempre fue muy negacionista, sostenían la teoría de los dos demonios. Ellos decían ‘no son 30 mil’, y cuando yo preguntaba algo los 24 de marzo ellos respondían que no entendían por qué la gente iba a las plazas, que los desaparecidos eran subversivos, que se buscaron lo que les pasó”.María quiso saber más. Mucho más. Quiso conocer la verdad. “Empecé a leer sobre mi abuelo y todo me cerraba, nada me generaba dudas. Eso que se decía de él era verdad”, narra. María ató cabos. Empezó a unir los trazos de una vida sumergida en las aguas oscuras del silencio y el odio.Acusado en la megacausa Campo de Mayo, Omaechevarría murió impune en 2017, antes de ser condenado y, como tantos otros cómplices, se llevó lo que sabía a la descomposición de su tumba. Estuvo detenido de manera preventiva -con prisión domiciliaria- desde 2013. En ese tiempo, Corvalán lo fue a visitar muchas veces -casi todos los domingos- junto a su madre, su padre y sus hermanos. Ella intentó indagar, simulando cierta ingenuidad, qué opinaba el abuelo de aquellos años. “Me decía que él era peronista, me mentía, era muy silencioso, medio fúnebre, lúgubre”, recuerda.María dice que iba a Campo de Mayo porque sus padres la obligaban y que, aún sin conocer el pasado siniestro de su abuelo, había algo que la expulsaba del lugar. “Yo no quería estar ahí, sin saber, no la pasaba bien, algo raro sentía. La incomodidad y el silencio y la figura fúnebre de mi abuelo y de otras personas que estaban ahí con prisión domiciliaria, claro, era un lugar lleno de viejos genocidas”.- ¿Y qué pudiste reconstruir de la trayectoria de tu abuelo durante la dictadura?- Hasta lo que tengo, sé que él fue jefe del Comando de Institutos Militares, es decir que él eligió el lugar donde iba a funcionar lo que fue el centro clandestino de detención El Campito. Y también claramente a él como jefe le llegaban las listas de todas las personas detenidas ahí. O sea que hasta sabía el destino de quienes estaban desaparecidos. Sabía. Se le adjudican alrededor 100 desapariciones. Y crímenes de abuso sexual. Hay 13 mujeres que denunciaron que él las violó. También hombres.María dice que la historia que “más me parte el corazón” es la desaparición y tortura de Floreal Avellaneda, el “Negrito” un adolescente de 15 años, secuestrado junto a su madre, trasladado a Campo de Mayo y lanzado desde “los vuelos de la muerte”.- Tenía la misma edad que yo cuando lo iba a visitar a mi abuelo Campo de Mayo. Y lo mismo las mujeres, que tenían la edad que tengo ahora. Estuve con una persona que era el terror.- ¿Cómo llevás el proceso de conocer quién realmente fue tu abuelo?- Es muy duro enterarte que la persona que querías es un genocida, pero estoy más amigada conmigo porque ese silencio, esa desconfianza de chiquita salió a la luz, ahora entiendo por qué me sentía incómoda: porque era un genocida y un violador. Es ahí cuando hice el click y dije qué asco, él me abrazaba de chica, siento escalofríos de pensar que me abrazaba un asesino y violador.Cuando María conoció el rol de su abuelo durante la dictadura no dijo nada y la pasó mal. El infierno del silencio corría por dentro. Soñaba con él: que le hacía “cosas feas” a ella y a otras personas. Entonces sus dos amigas le sugirieron ir a terapia, encontrar un lugar donde poder hablarlo, sacarse la pesadilla de adentro, encontrar un exorcismo en el psicoanálisis.”Me sentí muy culpable de que mi familia haya sido cómplice de este horror”, dice María Corvalán“Me cuesta poner en palabras todo lo que me pasa, es muy reciente. Me enteré en pandemia, estaba encerrada en mi casa y venía mi mamá y yo le decía ‘por qué no me contaste’. Su silencio era mortal. Opté por empezar a buscar información, porque en realidad no tenía tanta necesidad de reproche pero sí de reconstruir mi identidad”, cuenta. En ese camino, María se fue de su casa. Mantiene una relación mínima con sus padres y hermanos. Con su hermano más pequeño, de 19 años, es con quien trata de hablar del tema. “Él es indiferente, pero también entiendo que necesita tiempo para procesar todo eso, a mí me pasó”, comenta.Como parte del proceso de reconstrucción de su propia identidad, María se acercó aquel 23 de marzo al colectivo de hijos y familiares de genocidas nucleados en “Historias desobedientes”. Aquella vez, Analía Kalinec le respondió: “Lo único que te hace sentir calma es acercarte a nosotros, porque la ética se hace en comunidad. Eso, y estar segura de las decisiones”.Los familiares de genocidas que toman estas decisiones tienen la compañía de la secretaría de Derechos Humanos nacional. “Entendemos que ser familiar no te hace cómplice y valoramos el rol que toman algunos de ellos, y brindamos acompañamiento a las nuevas generaciones, a los nietos como María, que toman una decisión que rompe la relación personal con sus propios padres, por eso los apoyamos, porque quieren vivir en una democracia digna y tener ellos mismos una vida en libertad reafirmando su identidad”, comenta a Infobae Horacio Pietragalla, titular de DDHH nacional.Cuando se enteró que su abuelo fue un genocida, María quiso conocer la ex ESMA. Fue sola, también. La define como “una experiencia espantosa”. Corvalán caminaba por las calles internas y se encontraba con rostros y testimonios de las víctimas en los muros. “Me sentí muy culpable de que mi familia haya sido cómplice de este horror, entonces empecé a llenar una mochila con piedras”, admite.Pero desde que lo puede hablar, viaja más liviana. Al tener un conector con la secretaría de DDHH, cada tanto vuelve a la ex ESMA. “Ya voy sin esa mochila tan pesada, me siento en un lugar próspero, pienso que qué bueno si se pudo hacer algo bello del horror, como lo es el Espacio Memoria”, comenta y define lo que más la entusiasma de esas visitas: “Me gusta ver a los chicos de secundario hacer un recorrido por ahí”. Quizá ahí ve reflejada a la adolescente que fue hace unos años, cuando empezó a decodificar el mensaje que su propio cuerpo le transmitía durante las horas de Historia en el colegio de Pilar.

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