Está en juego el mundo por venir

No habrá vencedores. Perdimos todos. Fuimos derrotados moralmente en la ingenua creencia de que los principios humanitarios y la democracia nos protegían de la locura de los tiranos. Con las muertes, la destrucción por las bombas termobáricas –que matan por asfixia y calor–, el éxodo desesperado trasmitido en todos los idiomas, el miedo y el llanto, pero, sobre todo, la sanguinaria prepotencia de Vladimir Putin, un déspota del siglo XXI –con sus cirugías plásticas, su fortuna y el mismo matonismo de sus émulos del siglo pasado–, que al invadir un país soberano destruyó la más bella utopía nacida precisamente de las cenizas del nazismo y la Segunda Guerra Mundial, la idea democrática basada en la libertad y los derechos humanos, que le dieron al mundo el mayor período de prosperidad y estabilidad. Los más de setenta años en los que nacieron y crecieron las democracias europeas, unidas bajo el temor al nazismo, adormecidas mas tarde por las razones del dinero, que despertaron ahora asustadas ante la pesadilla del nuevo zar de Rusia, Putin, decidido a reconstruir, sobre la humillación pasada, la vieja Unión Soviética, para la que necesita de “la cesta de pan”, como se la conocía a Ucrania. La historia como venganza, más peligrosa porque sus resultados son imprevisibles. Por eso, me cuesta sumarme a los que conjeturan sobre el futuro, a no ser reconocer las burlas de la historia hacia la arrogancia intelectual de los que justifican con atenuantes ideológicos una realidad que ya no admite ni propaganda ni relatos, porque con solo nombrarla nos impone su crueldad y su terror: guerra.”En lugar de entender por qué cayó la URSS, Putin puso las culpas afuera” Historiadores europeístas como Orlando Figes, experto en Rusia, explican que esta es una guerra por la historia. Putin quiere “destruir la Ucrania soberana para convertirla en vasallo de la Rusia histórica”, la de los zares del siglo XIX que prohibieron las publicaciones ucranianas porque, al igual que Putin, temían la entrada de las ideas occidentales de la democracia. Educado en el espionaje, el control de la temida KGB y la cultura de la Gran Rusia, Putin, como su generación, se sintió humillado por la disolución de la Unión Soviética. En lugar de entender las causas por las que se desplomó el régimen comunista, aplastado por su propio peso, puso todas las culpas afuera. Acusó a Occidente de crear el nacionalismo de Ucrania para desmantelar su imperio. Una visión que nunca ocultó. Comenzó a trabajar desde hace tiempo para debilitar a las democracias europeas, apoyando a los grupos de la ultraderecha, que se han cuidado muy bien de desmarcarse para no aparecer junto a la unánime condena mundial a la invasión de Ucrania, ya sea Vox en España, Bolsonaro en Brasil o el mismo Trump, al que ayudó en su triunfo electoral.Otros historiadores expertos en Rusia, como Hélène Carrère d’Encausse –que anticipó una década antes la caída de la Unión Soviética–, y Laurence Rees –que tardó treinta años para reconstruir las biografías de los dos lideres sangrientos del siglo pasado, Hitler y Stalin–, destacan la personalidad del líder ruso, inquieto con el tiempo y la imagen. Siguió el consejo de Silvio Berlusconi, se hizo una plástica, tiene terror a contagiarse con el virus del Covid y a los setenta años le corre prisa para levantar su pedestal en la historia rusa. Una emocionalidad que aumenta su peligrosidad y lo hace impredecible. Por eso, ansiaba la opinión de Svetlana Alexksiévich, la periodista bielorrusa de madre ucraniana a la que su Premio Nobel de Literatura no la protegió de los matones y debió exiliarse en Alemania, desde donde observa la guerra. Como sucede con los buenos periodistas, conoce como nadie al pueblo ruso, al que indagó directamente con su grabador, y creó una sinfonía literaria en torno al homo sovieticus, un ser humillado, resentido por la “muerte del comunismo”. Ese orgullo herido sobre el que los líderes populistas construyen su popularidad y que Putin mantiene vivo en Rusia, aun cuando muchos vaticinan o desean que esta guerra sea el principio de su fin.”La salvaje invasión rusa y la resistencia ucraniana no son hechos lejanos” Como Aleksiévich, los que creemos que la fuerza moral de los pueblos se asienta sobre la libertad, jamás imaginamos que pudiera suceder en el siglo XXI una invasión como la de Putin a Ucrania. Y eso que ya habíamos visto varios ensayos generales; en los Balcanes y en Siria, ante la inacción de la Europa democrática anestesiada por la prosperidad, el consumo y los buenos negocios con líderes antidemocráticos que se benefician de las ventajas del mercado, pero no respetan la libertad de sus ciudadanos.La salvaje invasión rusa y la conmovedora resistencia del pueblo ucraniano por defender la libertad, así como su decisión de pertenecer al mundo de las democracias europeas, pueden parecer lejanas. Sin embargo, resultan muy cercanas en las manifestaciones de amistad de los que admiran la prepotencia del líder ruso y en el gesto de nuestro presidente, que le “abre las puertas de nuestra casa” sin consultarnos, como debe suceder en una democracia constitucional.Lejana, pero no ajena. La Argentina padeció tiranías, vivió la humillación de una guerra perdida, descubrió el valor de los derechos humanos, y aparece ahora enfrascada en guerritas políticas menores y un matonismo verbal contra el mismo mundo económico que aísla a Putin. Sin advertir que en la guerra de Ucrania está en juego el mundo en el que viviremos: democracias liberales o tiranías electorales. Sin vencedores, derrotados todos por el regreso del lenguaje y la lógica mercantil de las armas.Si el nazismo y el exterminio de los judíos hicieron saltar las viejas categorías políticas y debimos aprender a valorar los principios liberales de la democracia, hija dilecta de la república, ahora, ante la amenaza nuclear de Putin, vale la advertencia de la misma Aleksiévich, autora de un libro desesperado, Voces de Chernóbil, quien en estos días ha recordado que al cuarto día de la explosión la nube de Chernobyl ya sobrevolaba África y China: “Nosotros-ellos, amigos-enemigos, eso no signfica nada porque es el viento el que decide donde ir”.Sin embargo, siempre podemos elegir. Al final, como muestran los ucranianos, la verdadera historia de la humanidad es la de los hombres que luchan por su libertad.Periodista y política; fue diputada nacional y senadora nacionalNorma MorandiniConforme a los criterios deConocé The Trust ProjectOtras noticias de IdeasDe Wuhan a Villa Crespo: ¿cómo tratamos a las personas no humanas?La decisión rusa es reconstruir su imperio al precio que seaLa nueva diáspora del peronismo

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