Cuando empieza a oscurecer, una niebla densa cubre todo, y se hace más tenebroso andar por Pedro Juan Caballero, en la frontera entre Paraguay y Brasil, que copó el grupo criminal Primer Comando Capital (PCC) desde hace casi una década. En las esquinas aparece el resplandor de las sirenas. Hay soldados apostados que piden documentos sobre todo a aquellos que se mueven en moto, ante la sospecha de que pueden ser sicarios, uno de los trabajos más rentables de esta frontera, donde el crimen por encargo se convirtió en algo casi cotidiano.En la calle húmeda y helada no hay nadie. “Es un lugar no recomendable”, presagia el fiscal Marcos Alcaraz, jefe de la Unidad de Narcotráfico. Sin querer y sin saberlo el funcionario menciona la traducción en español del libro del periodista británico James Fenton “All the Wrong Places”. Fenton descubre los pliegues de un lugar en ebullición como era el sudeste asiático a comienzos de los 70 a través de reportajes sutiles. Describe una guerra sin disparos.En Pedro Juan Caballero esa noche no se ve nada y reina una calma absoluta. En un bar que se llama La Casita, que se distingue por sus luces de neón azules y rojas, que forman un corazón, nos espera un abogado que hace alarde de conocer cómo se mueve el crimen organizado en esa zona de Paraguay. El hombre habla en guaraní con la moza; en portugués con la gente que conoce que está sentada en otras mesas, y en español con nosotros. El idioma marca también lo difuso de los límites en ese lugar donde PCC hizo su primera base fuera de Brasil.Lo primero que hace para darnos la bienvenida es sacar su celular y sacarnos foto. “Una selfie para tener de recuerdo”, aclara. Nos toma de sorpresa y en un segundo obtiene la foto, pero Ignacio Sánchez, reportero de LA NACION, se la hace más complicado y mueve su cabeza como uno de esos muñequitos que se apoyan en los tableros de los autos. La imagen saldrá fuera de foco. El abogado le echará la culpa a la falta de luz.Después, nos cuenta que nadie quiere ser fiscal en esa parte de Paraguay. Hay dos opciones, demarca con precisión, en la charla en la que nunca desaparece un tono amistoso: “sos corrupto o suicida”. “Anden con cuidado”, recomienda con una sonrisa cuando salimos de La Casita. “Acá pasan cosas”, agrega. A una cuadra del bar está la frontera con Brasil, y la “tierra de nadie”, como le llaman a una lonja que tiene una jurisdicción difusa. No pertenece a Paraguay ni a Brasil, dice el abogado. Allí tiran lo que quieren desechar, como cadáveres y autos y armas que se usan para matar. Allí encontraron el vehículo que los sicarios utilizaron para ejecutar al intendente de esa ciudad, José Carlos Acevedo, en mayo pasado.Lo recomendable es dormir del otro lado de tierra de nadie, en Pontá Porá, que pertenece a Brasil recomienda un colega paraguayo. En el hotel los empleados están disfrazados, como si fueran niños de una película de Tim Burton. La escena parece irreal en ese lugar áspero, donde acribillaron al jefe narco Jorge Raffat con una ametralladora antiaérea montada en una camioneta.A la mañana la neblina se esfuma con un viento fuerte del sur. El jefe policial con que vamos a desayunar también nos saca una selfie, a manera de bienvenida. Nadie sonríe en las fotos que quedarán en Pedro Juan Caballero. En la oficina del comandante hay un pequeño altar con una virgen. A acá hay que rezarle a ella, dice con una sonrisa. Todo está bajo sospecha, incluidos nosotros que estamos en esa ciudad. El jefe policial dice desconfiar de los políticos. El gobernador Ronald Acevedo, hermano del intendente asesinado, no tiene custodia porque sospecha de los vínculos de la policía y la justicia con los criminales. Los periodistas que viven allí desconfían de todos. “Acá se nada entre tiburones”, advierte Marciano Candia.Uno de los abogados de Primer Comando Capital hace lo mismo. Nos abraza de pronto y saca una foto. Sólo él sonríe, mientras en una habitación contigua a la sala de audiencias improvisada, donde se hace el primer juicio contra el grupo criminal, hay 24 miembros de esa banda que están acusados de decapitar a seis de los diez presos que mataron en la cárcel. El juicio nunca empezará porque se cae la conexión de wifi. Los presos salen sonrientes, custodiados por más de 50 soldados. “Internet es un desastre en Paraguay”, apunta el abogado.La villa que se llama Chacarita es la más grande y antigua de Asunción. Está enclavada en una cañada que se inunda cada vez que llueve, a cien metros del río Paraguay y debajo del Parlamento. Son callejones de tierra y algunos con pavimento que se trenzan y convierten el lugar en un laberinto. Una parte de ese barrio que más se inunda se llama Pelopincho. Es el sector que domina Primer Comando Capital.Viajamos a Paraguay para hacer una serie de tres reportajes sobre la expansión de este grupo criminal que nació en las cárceles de Brasil en la década del 90 y hoy está en plena expansión hacia los países del Mercosur, entre ellos la Argentina, y controla la logística del tráfico de cocaína por la hidrovía Paraná-Paraguay hacia Europa. Entramos a ese barrio de la ribera con un hombre que dice ser exmiembro de PCC. Nos muestra una pintada de PCC en el corazón de la villa, mientras empieza a oscurecer. “Hay que salir porque a estar hora nadie me reconoce y podemos tener problemas”, dice y todo se vuelve más tenso. Él nos pide que guardemos los celulares. “Acá no se pueden hacer selfies”, aclara con ironía.Germán de los SantosTemasNota de OpinionConforme a los criterios deConocé The Trust ProjectOtras noticias de Nota de OpinionNo tomar decisiones… es una mala decisiónLo que viene. 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