Todo es cuestión de perspectiva. A veces la cercanía respecto de aquello que miramos nos ofrece detalles deslumbrantes, pero al costo de perder contexto y la posibilidad de ubicarnos por encima de los hechos para poder valorarlos. Inmersos en la pecera, se escapa el sentido. No hay duda de que para interpretar una cosa hay que observarla desde un punto de referencia que esté fuera, o por encima, del plano en que la cosa se manifiesta. Y ni hablar si esa cosa es la política argentina.Disculpen la disquisición. Hay que atribuirla al hecho de que me tocó pasar unas semanas fuera del país y respirar otros aires. Desde lejos, la deriva alucinada de la vida política nacional adquiere, paradójicamente, contornos más definidos. Es decir, la alienación en la que vivimos por estar encapsulados en una dimensión surrealista donde nada es lo que parece y en la que no hay conexión entre la palabra y los hechos se aprecia con toda claridad. Dicho de otro modo: el resto del mundo tendrá sus problemas, algunos muy graves, pero la locura de estas pampas es un fenómeno único que los argentinos asumimos como natural.En nuestro país todavía se discute la redondez de la Tierra, aunque ahora estamos más cerca de arribar a la conclusión de que la Tierra, efectivamente, es redonda. “Lázaro Báez era Néstor y Cristina Kirchner”, dijo durante su alegato en la causa Vialidad el fiscal Diego Luciani, munido de una cantidad de prueba que vuelve irrefutable, aun en el país de los locos, la aseveración. En exposiciones maratónicas, el fiscal viene describiendo en detalle el entramado mediante el cual la asociación conformada por el matrimonio santacruceño sustrajo al Estado (a los argentinos), desde la cima del poder y durante doce años, miles de millones de dólares aprovechándose del manejo de la administración pública, a la que puso a su exclusivo servicio. En solo cinco de las obras adjudicadas a Báez, los sobreprecios superaron los 220 millones de dólares, determinaron los peritos. La codicia no conoce límites y los Kirchner le adjudicaron a Báez 51 obras. Lo que importaba era el flujo incesante de dólares hacia el éxtasis de las cajas fuertes. Lo demás era puesta en escena. A veces, ni eso: las empresas “de Báez” no tenían capacidad para cumplir con tantos contratos y más de la mitad de las obras fueron abandonadas a medio hacer.”Vivimos días difíciles, duros. Pero, al mismo tiempo, se están cayendo todas las máscaras” La asociación con fines inconfesables se vuelve todavía más evidente si abrimos el foco y unimos la causa Vialidad con la causa Hotesur y la causa Cuadernos. Ahí tenemos la ruta del dinero K de principio a fin en sus muchas vertientes, además de una radiografía brutal de la elite que se enriqueció a costa del conjunto. Estas causas no solo están ligadas entre sí, sino que describen un único mecanismo para robar fondos públicos a escala industrial y darles un solo sentido: de las arcas del Estado al infinito bolsillo de los Kirchner. Acorralada por las pruebas, la vicepresidenta no tiene modo de probar que el saqueo no existió. Solo le queda lo que viene haciendo en otras causas: la zancadilla procesal y el apriete a los magistrados, incluido un fiscal que no se deja amedrentar y está cumpliendo con admirable profesionalismo la tarea que le tocó (de paso, está reconciliando al país con la verdad).“Todo, todo era una farsa”, concluyó Luciani. Aludía a las contrataciones amañadas de Lázaro Báez, por supuesto. Sin embargo, la definición podría extenderse también a la naturaleza del gobierno tripartito que los argentinos nos hemos dado, hoy en proceso de descomposición a medida que los desafíos de un país en crisis ponen de manifiesto, por si hacía falta, el carácter perverso del pacto que llevó a este desparejo triunvirato al poder. Todo era una farsa. Lo fue desde un principio. Pero ahora que los simuladores se van quedando sin relato, esto se vuelve más evidente.Preguntarnos ahora si Sergio Massa va a sacar al país del atolladero en que se encuentra es reincidir en la ingenuidad. De alguien que parece no tener otro principio que atender su ambición desbocada no se puede esperar sino que actúe en su propio provecho. Como sus dos socios, Massa es un palabrista. Hoy dice que va a meter preso a los corruptos y a barrer a los ñoquis de La Cámpora y mañana se abraza con Máximo Kirchner (o con quien sea necesario) y defiende la inocencia de la multiprocesada vicepresidenta. Aun así, recibe algún crédito de parte de la prensa y la opinión pública porque se lo tiene por un hacedor con múltiples contactos. Quizá ese sea precisamente el peligro.¿Estamos los argentinos condenados a la alienación? Es una posibilidad, si perdemos la perspectiva y nos dejamos obnubilar por los fuegos de artificio de los eternos fabricantes de mentiras, como hasta ahora. Sin embargo, si nos alejamos un poco del fárrago político, de la lucha estéril por el poder, de tanta palabra vacía, acaso podamos distinguir lo esencial de lo accesorio como para volver a las urnas un poco más esclarecidos. Vivimos días difíciles, duros. Pero, al mismo tiempo, se están cayendo todas las máscaras. Ojalá sepamos ver lo que hay debajo. Eso o la alienación.Héctor M. GuyotTemasSergio MassaCristina KirchnerConforme a los criterios deConocé The Trust ProjectOtras noticias de Sergio MassaPor decreto. El Gobierno oficializó la flexibilización del cepo para las inversiones petrolerasReservas. 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