Podría decirse que todo empezó con un embarazo.Hace unos veinte años, mientras sentía cómo, muy hacia el interior del cuerpo, se gestaba la incipiente vida de su hija, la matemática Moira Chas sintió una imperiosa necesidad de crear algo de este otro lado del mundo. Pensó en manualidades, ya había probado con origamis, encontró una aguja de crochet.Y así empezó, hilo que va, aguja que viene, puntos, nudos y texturas, a dejar que surgieran formas, objetos que no fueron ni batitas de bebé ni cubremesas ni mantas, sino conceptos matemáticos. De sus manos brotaban teoremas, principios abstractos que cruzaban la frontera y adquirían forma, movimiento, color.Y así empezó, hilo que va, aguja que viene, puntos, nudos y texturas, a dejar que surgieran formas, objetos que no fueron ni batitas de bebé ni cubremesas ni mantas, sino conceptos matemáticos. De sus manos brotaban teoremas, principios abstractos que cruzaban la frontera y adquirían forma, movimiento, colorLo que surgió más bien casualmente pronto se convirtió en recurso didáctico. Moira llevó sus piezas de crochet a una clase, con la intención de que ciertos principios de la matemática les resultasen más próximos a sus alumnos. También para ver qué pasaba. Y lo que pasó fue que los objetos gustaron. Mucho. “Entonces empecé a hacerlos, hacerlos… y no paré”, cuenta a través del teléfono. Se ríe y agrega: “Con la pandemia, fue la explosión”.Chas se recuerda como una adolescente que transitaba con calma la escolaridad y “no era brillante en nada”. Le gustaba leer, escribir, hacer cerámica; ni siquiera sospechaba que existía algo llamado Licenciatura en Matemática. Pero un buen día, quizás todavía sin saber muy bien por qué, pisó las aulas de la Facultad de Ciencias Exactas, en la UBA. Asistió a una clase de matemática y se deslumbró. “Las cosas se podían entender”, dice, recordando la maravilla de ese instante, la sensación de puerta que se abre, mundo que se revela, entorno que de repente se ilumina con matices, resquicios, honduras.Tras recibirse en la Argentina, hizo un doctorado en España y luego viajó a los Estados Unidos donde ingresó, como docente e investigadora, en la Universidad Stony Brook, ubicada a hora y media de Manhattan.No sé si se rigen con esquivas pautas matemáticas, pero creo en las redes que suele enhebrar el azar. Uno de esos hilos hizo que, mucho antes de que pudiera tener esta charla que ahora estoy teniendo con Moira Chas, algunos de sus objetos de crochet llegaran a mi casa. Mientras hablamos, contemplo una cinta de Moebius, imposible pero muy real superficie que ignora la noción de interior y exterior: una sola cara, un solo borde. Al tacto, es suave y liviana; en un pizarrón universitario sería un abigarrado conjunto de fórmulas algebraicas.Si fuera la emperatriz del mundo, haría que todos accedieran a la matemática”, dice Chas. Y afirma que los números son tan esencialmente humanos como las palabras. Un milagro, un don de nuestra especieLe confieso a Moira mi admiración, le digo que me siento absolutamente afuera del mundo que ella y sus colegas viven descifrando. “¡Pero la matemática está en todos lados! –exclama–. Si amás el lenguaje, amás algo que tiene que ver con la estructura, con la belleza… eso mismo rige a la matemática.” Y me recuerda, todo un guiño, el dato: Borges fue uno de sus adeptos.“Si fuera la emperatriz del mundo, haría que todos accedieran a la matemática”, dice Chas. Y afirma que los números son tan esencialmente humanos como las palabras. Un milagro, un don de nuestra especie. Un niño pequeño, antes de escolarizarse, piensa en términos matemáticos, explica y da un ejemplo: el número tres (podría ser cualquier otro). “Es fascinante, una abstracción, una idea a la que accedemos de chicos. Profundidad, simplicidad”, se entusiasma.Dentro del Instituto de Matemática de Stony Brook funciona una galería de arte (recientemente hubo una muestra sobre la obra de M. C. Escher). En octubre, las piezas de Moira se exhibirán junto a trabajos de otros artistas. Mapa, superficie, dimensiones (dos, tres, la posibilidad de una cuarta); Moebius, Toro, Botella de Klein (noción que Lacan tomó a modo de metáfora), Teoría de Morse: geometría y abstracción conceptual mimetizadas con la blandura del tejido.Diana Fernández IrustaSeguí leyendoMás que árbitros, los chicos piden adultos que escuchenTemasEl BerlinésConforme a los criterios deConocé The Trust ProjectOtras noticias de El BerlinésGeoingeniería, la carta más audaz (y riesgosa) para enfrentar el calentamientoMás que árbitros, los chicos piden adultos que escuchenPor qué los ruidos urbanos nos afectan a todos
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