Eliza y su padre, el almirante y héroe de nuestra Independencia, Guillermo BrownLA LÁPIDA Y SU DESCONSOLADA EPIGRAFÍAQuienes visiten el Cementerio Británico de Buenos Aires, situado en la avenida Elcano, en la Chacarita, podrán descubrir -si buscan con paciencia y esmero- sobre el muro de lápidas antiguas, aquella que acompañaba el señalamiento de la tumba de Eliza Brown, en el cementerio del Socorro primero, y en el de la calle Victoria, después. Lo que ha llegado hasta nosotros es una parte del monumento original, que debió desarmarse para su traslado y que perdió la cartela que indicaba el nombre de la difunta y la fecha de su muerte.Es una lápida de mármol blanco, simple y bella. El paso del tiempo ha desgastado la iconografía de su relieve superior (donde apenas si se perciben las formas de un sauce llorón), y en la parte inferior puede observarse una urna funeraria clásica, El epitafio (que aquí no menciona a Eliza) luce orlado por una corona de laureles, y en los ángulos se han esculpido unas enjutas con forma de abanicos.La lápida de Eliza Brown en el Cementerio Británico en La ChacaritaSu inscripción epigráfica, tallada en relieve con una elegante tipografía epocal, que asume la expresión poética de una escueta elegía, escrita en un inglés algo arcaico por un autor cuyo nombre ignoramos:This marble over the lowly grave/The mournful parents raise/Who whilst they weep the hapless fate/And early virtues contemplate/God´s dispensations praise.Lo que equivale a decir, en español:Este mármol sobre la modesta tumba/Lo erigen sus apenados padres/Quienes mientras lloran el infortunado destino/Y contemplan las antiguas virtudes/Alaban la Providencia de DiosPor encima de esta epigrafía, dibujando tipográficamente un arco de medio punto, se labró la frase “Victim of the treacherous wave”, cuyo sentido venía a estilizar bastante la causa de la muerte, como explicaremos seguidamente.Los padres de Eliza, Guillermo Brown (1777-1857) y Elizabeth Chitty Curling (1787-1869).UNA TUMBA ITINERANTESu lugar original fue el primer cementerio protestante del país, llamado “del Socorro”, que se inauguró en 1821, como una solución para los entierros de los extranjeros, ya que entonces sólo existían en Buenos Aires los camposantos parroquiales, vedados a quienes no fueran católicos romanos. Allí comenzaron a sepultar a sus difuntos los británicos, los norteamericanos y los alemanes que residían en la Capital. Estaba ubicado en la manzana delimitada por las calles Arenales, Suipacha, Juncal y Esmeralda, donde el edificio dominante era, precisamente, la iglesia del Socorro. Nos hemos ocupado de este tema en nuestra nota publicada en Infobae el 12 de diciembre de 2021.Si bien fue un enterratorio pequeño y que no permaneció activo durante muchos años, tenía el timbre de haber sido el pionero perteneciente a los ritos disidentes, y haber sido escenario de algunos funerales que fueron memorables. Uno de ellos fue el de la malograda jovencita Eliza (Elisa) Brown, la hija mayor del almirante Guillermo Brown (1777-1857) y de Elizabeth Chitty Curling (1787-1869). Había nacido en viaje desde Inglaterra, en 1810.La lápida fue realizada en Buenos Aires por un hábil lapidario, porque los había entonces, y se colocó sobre la tumba de la infortunada muchacha en 1827. Cuando el Cementerio del Socorro debió ser desalojado de sepulturas, a causa de su cierre y posterior venta del terreno, los restos y los monumentos de la mayoría de los enterrados pasaron, a partir de 1884, al nuevo Cementerio Protestante, situado, desde 1833, en la calle Victoria, al oeste de la ciudad. Allí debieron ir los restos de la hija del almirante, junto con su piedra tumbal, en un primer viaje póstumo.El Cementerio del Socorro (primer cementerio protestante de Buenos Aires) a finales del siglo XIX, visto desde el Oeste (Foto AGN)Debe recordarse que, en el caso de los vástagos de la unión Brown-Chitty, un arreglo entre los progenitores imponía que las mujeres fueran bautizadas en el rito protestante (la confesión religiosa de la madre) y los varones lo fueran en el rito católico romano (la fe religiosa del padre). Algunos otros matrimonios mixtos y de talante ecuménico también apelaban a soluciones similares en aras de la paz doméstica.Pero luego, a raíz del cierre de este segundo enterratorio de protestantes, determinado por el fuerte crecimiento de aquel barrio y la idea de instalar allí la Plaza “1º de Mayo”, debió realizarse una segunda operación de remoción de tumbas y traslado de monumentos, con destino, ahora, al Cementerio de Disidentes en la Chacarita, que se abrió en 1892. La maniobra de mudanza fue bastante lenta, se intensificó en 1923, y llegó a durar prácticamente hasta 1925, cuando se removió la tumba del coronel de marina Juan Bautista Thorne.Hacia allí fue la lápida con toda certeza, aunque, quizá, los restos de la difunta pudieron haber pasado entonces a la Recoleta, donde se afirma que se encuentran actualmente, junto a los huesos de su ilustre padre en el sepulcro monumental que honra al héroe máximo de nuestra marina de guerra.EL POSIBLE ORIGEN DE LA VERSIÓN DEL SUICIDIO DE ELIZA BROWNDurante la exhumación de restos ubicados en ese sepulcro browniano dominado por la morfología de una columna, en el año 1952, (con motivo de reformas en el sepulcro para poder colocar una urna fabricada con el bronce fundido del cañón del buque “25 de Mayo”), se encontró junto al féretro del almirante un ataúd muy antiguo, de metal, deteriorado y sin identificación que, según dijo el capitán de navío Jones Brown, contenía los restos de Eliza. Me he ocupado de este tema en mi libro Sepulcros Históricos Nacionales, basándome en documentos inéditos del archivo de la Comisión Nacional de Monumentos.La quinta de la familia Brown-Chitty en Barracas. Aquí vivió Eliza Brown hasta su muerte, a los 17 añosEntonces ocurrió un accidente que derivó en un equívoco que narró uno de los testigos, José Patricio Torre: el retiro de los restos se hizo en presencia de los historiadores José Torre Revelo (padre del narrador de la anécdota), el capitán de fragata Jacinto Yaben y el sacerdote jesuita Guillermo Furlong, a quienes acompañaban descendientes de Brown. Removidas las placas de material que revestían la superficie, y mientras se intentaba el izamiento del vetusto féretro de madera, un peón cayó sobre el ataúd, en el cual quedó clavado verticalmente. Sólo se le veía el cuello. Una vez repuesto del susto el operario y liberado de su encajonamiento, se advirtió que había allí un cadáver pequeño. Pero debajo de este primer cajón había otro con un esqueleto más grande que mostraba una rotura en astilla del fémur derecho. Yaben dijo con certeza que se trataba del almirante ya que la herida correspondía a un episodio del primer sitio de Montevideo, que le dejó la secuela de una reguera de por vida.De inmediato se preguntaron todos ¿de quien sería el otro esqueleto? Porque en los libros de inhumación solo figuraba Brown. Entonces Furlong sentenció que se trataba sin duda de Eliza, y, seguidamente ofreció un detalle… salido de su imaginación: si se trataba de una suicida (sic), dijo, debió haber sido enterrada en la clandestinidad y sin anotación… Y a mayor precisión, señaló una fractura en la base del cráneo, como prueba (asaz arbitraria) de su supuesta muerte deliberada. Ya volveremos enseguida sobre esta versión del suicidio que, sin querer, Furlong vino a reinstalar sin más fundamento que su fantasía y, acaso, enredado en el recuerdo de un renglón que habrá leído en una página de Pastor Obligado. Lo cierto es que el erudito jesuita, en este caso, fue más allá de lo que las evidencias podían aseverar.Con todo, la llegada de sus supuestos restos a la Recoleta sigue siendo un misterio. ¿Y si no fueran sus despojos mortales?¿Si Torre Revelo, Furlong y Yaben se hubieran equivocado? Al fin y al cabo no se practicaron exámenes forenses sobre ese esqueleto más pequeño. ¿Y si Eliza hubiera permanecido sepultada en la Chacarita? Son preguntas legítimas que seguirán flotando en el ambiente de una crítica rigurosa, mientras no se aporten pruebas más concluyentes y no aparezca un documento que certifique el ingreso de ese cadáver al Cementerio del Norte.Daguerrotipo de Guillermo BrownPero ateniéndonos a la historia “oficial”, digamos que se decidió entonces colocar los huesos de padre e hija en un mismo cofre provisorio de madera, que debía custodiarse en el Panteón del Museo Histórico Nacional, situado en el mismo enterratorio, mientras duraban los trabajos de refacción, pero con el resguardo de separar, envueltos en un lienzo, los despojos que se estimaron como de Eliza. Luego, el 9 de junio de 1953 se pasaron ambos, del cofre de madera a dos urnas de metal fundido, que, dos días después, fueron llevadas con pompa y solemnidad al interior del monumento browniano.En cuanto a la lápida, como otras losas sepulcrales históricas que reconocían esa doble proveniencia (del Socorro primero y de Victoria después), la decisión de las autoridades del Cementerio Británico de finales del siglo XIX, inspirada en el respeto a la memoria, fue colocarlas en ese alongado muro que, quien escribe estas lineas, ha bautizado hace tiempo como “el muro lapidario”.EL ACCIDENTE MORTAL Y EL FUNERALVolvamos atrás el reloj de la historia: Eliza pereció ahogada por accidente en uno de los canales del río “color de león”, frente a la quinta de Mateo Reid, inmediatamente luego de la Navidad, el 27 de diciembre de 1827. Tenía diecisiete años.Fue en horas de la tarde, mientras tomaba un baño refrescante junto a uno de sus hermanos (Eduardo, de 9 años).He aquí la triste verdad de su muerte, en canje de una reiterada leyenda romántica que prefiere pintarla como una suicida desesperada de amor y ¡hasta vestida de novia!La raíz de este relato fantasioso (insinuado ya por Pastor Obligado, aceptado por Furlong y reiterado hasta el cansancio por una narrativa seudo histórica ávida de truculencias) ha de buscarse en el final trágico del prometido de la víctima, el marino escocés Francis Drummond, el 27 de abril de ese mismo año, tras la batalla de Monte Santiago y a consecuencia de las heridas que allí sufrió. Seguramente aquella pérdida había causado una enorme y comprensible tristeza en su ánimo y pudo inclinarla a una persistente melancolía. Pero de ahí a quitarse la vida ataviada con ajuar de doncella núbil, enfrente de su hermanito menor, hay una distancia. No hay, pues, pruebas del mentado suicidio y del demencial atavío.Francis Drummond y Eliza Brown estaban comprometidos. Él murió en combate, ella se ahogó en el ríoSe repitió que la tragedia fue devastadora para su padre (vaya obviedad), que se enteró estando embarcado, lo confirmó esa misma noche, y vivió con el duelo a cuestas durante treinta largos años. Curiosamente, el relato historiográfico (epocalmente masculino) nada dice del dolor de la madre, que hubo de sobrevivir a su hija desde 1827 hasta 1869.Fue sepultada el 28 de diciembre, según los registros de inhumaciones consultados por la historiadora Maxine Hanon, en el cementerio del Socorro, a pocos metros de la tumba de su valiente novio.El multitudinario funeral causó gran impresión, con un cortejo de casi cuarenta carruajes, y una nutrida presencia de las colectividades británica, norteamericana, francesa y alemana, junto con “hijos del país”, representantes diplomáticos ingleses y autoridades del gobierno argentino. Fue, luego de los entierros del cónsul norteamericano César Rodney y de Drummond, el sepelio protestante más impactante.Es tradición que el cortejo cumplió el ritual de pasar lentamente junto a la cruz de Drummond ¿Acaso no era el único sendero posible en aquel angosto terreno?. Luego siguió hasta el fondo del enterratorio, donde el ataúd fue depositado en una huesa profunda, como era práctica de los sepultureros ingleses.Eliza Brown (1810-1827)Por encima de la tumba se colocó la lápida con esa inscripción en inglés que, entre versos luctuosos, ponía de relieve, aunque estilizadas, las circunstancias trágicas de su muerte: “Victim of the treacherous wave”, es decir, “víctima de la ola traicionera”. Aunque en rigor debió decir “víctima de un pozo traicionero”, de los tantos que había en el lecho del río, y así lo informó el British Packet. Aunque, en compensación de la prosaica causa del deceso que la crónica ponía en evidencia, el redactor inglés anotó el deseo de que las violetas llegaran a crecer sobre la tumba.Un último misterio (y un detalle algo espeluznante) rodea el imaginario fúnebre de Eliza Brown: según me comentó hace muchos años el ex gerente del Cementerio Británico de Buenos Aires y erudito conocedor de las antigüedades británicas porteñas (me refiero a Eduardo Kesting), quien a su vez lo habrá oído como repetida tradición, en alguna de las remociones de la tumba (probablemente para el traslado desde Victoria a Chacarita), se habrían desenterrado dos ataúdes ligados por una gruesa soga. Todo hace suponer que en el segundo féretro se hallaban los restos de Drummond y que la compasión de alguien (¿los familiares de ella?¿los sepultureros?) dispuso solidarizar, al menos, los despojos de ambos enamorados, ya que la tragedia los había separado antes de tiempo.SEGUIR LEYENDO:Un entierro de apuro y otros funerales memorables en un cementerio poco conocido de Buenos AiresCementerio de La Recoleta: de cómo la modesta huerta de unos frailes se volvió Panteón NacionalReinas hermanas y enemigas: el odio las separó en vida, el sepulcro las unió en la muerte