“Matar a un elefante”: un nuevo pueblo, mucho cuarteto y el hombre que buscaba un corazón

Siempre me inquietaron los procesos creativos. Es la sensación más cercana a la de llegar a una ciudad en la que nunca estuve antes, y dejarme perder allí, empujado por la curiosidad y por qué no, también el miedo… Al principio fue un hombre que circulaba por la vida empujando un artefacto unido a su cuerpo, una máquina estrafalaria con botones y cables que lo mantenía vivo, porque ese hombre no tenía corazón. Me resultaba inquietante ese personaje. Me lo quedaba observando un tiempo, esperando que él decida hacia dónde ir, con quién relacionarse, cómo desenvolverse en el mundo…Siempre que acontece una imagen cautivante en la pantalla de mi mente, se vuelve una suerte de sueño recurrente, de obsesión de vigilia, rumiante, que de alguna manera reclama ser mirada, porque tiene algo importante para comunicar… Soy su primer espectador. Si tengo paciencia y no me gana la ansiedad ni el ego, poco a poco, esa imagen entra en relación con otras. Un efecto imán. Como el núcleo de un planeta que arrastra todo hacia su centro. Pero sin duda el gesto clave en el proceso tiene que ver con sembrar la imagen de ese personaje en un territorio fértil… y ese territorio siempre acaba siendo el pueblo en el que crecí. El mismo pueblo del que me fui a mis dieciocho años. Y llevo tanto tiempo escribiendo sobre su gente, sus calles y sus apellidos que a esta altura podría afirmar que en realidad fundé un nuevo pueblo, que se le parece bastante a aquel otro, pero que lentamente va siendo poblado por estos seres de ficción que conviven entre sí como vecinos y amantes de una familia particular. Y también sus animales. Animales que mueren o desaparecen. Animales domésticos y salvajes conviviendo en el patio de una casa de plan municipal en cuotas: una chancha, un perro, un elefante, un lagarto…Matar a un elefante poco a poco corrió su atención de ese hombre de corazón ambulante, para hacer pie en el forastero que regresa al lugar del cual se fue. Y digo forastero porque esa sensación de extrañamiento frente a lo familiar, hacen que Amadeo permanentemente esté en estado de alerta. Amadeo vuelve a su pueblo natal luego de haber conocido el mundo y la estelaridad. Pero también llega a un territorio familiar que lo repele y que paradójicamente desconoce. Aparece lo siniestro. Amadeo no se recuerda a sí mismo en situaciones aludidas por quienes crecieron con él, ni tampoco es capaz de paladear el sabor que alguna vez siendo niño disfrutó con apetitosidad. Le cambió el paladar, dice, al mismo tiempo en que reconoce secretamente que su raíz es un nudo en esa tierra, imposible de desentrañar. Y es aquí donde vuelvo al principio de este texto: siempre me inquietaron los procesos creativos… Porque de tanto observar a esta gente, empiezo a comprender que cada uno de ellos me arranca algo propio, que son canal para que yo pueda ver lo escondido, que las situaciones que juego en el papel eligiendo la palabra justa y la acción adecuada, no son más que representaciones inconscientes de una constelación que necesito tramitar, como si la trama escondiera un misterio que tengo que descifrar… y que incluso, con la obra representada, sigo sin poder comprender del todo…Estoy convencido de que si algo de ese mundo me interpela, me conmueve, me incomoda, me emociona; entonces puede que al espectador también. Una carcajada que me asalta de improviso, como si fuera un otro que soltó una ocurrencia que me hizo reír, o un nudo en la garganta que se derrama sin contención en un llanto liberador, acaban siendo el termómetro que confirma que estoy en la ciudad correcta. Si nada de eso me sucede, entonces, el material tiene que esperar a que algo madure en mí, para que vuelva a tener sentido hacerle preguntas a ese personaje o a esa situación. Cada tanto me tropiezo con páginas a medio acabar, textos amputados, anotaciones sueltas de ideas que nunca fueron… y me resultan extrañas, como pulsadas por otra persona en otro tiempo. Como Amadeo mirando la foto de la infancia en la que aparece su cuerpo menudo e infantil junto al de sus amigos más queridos, un cuerpo que le resulta imposible de reconocer más allá de la evidencia.Matar a un elefante echa mano al ADN cordobés para fundar su lenguaje y su musicalidad. Escribí la obra en estado de efervescencia, como si se oyera un cuarteto entre mis dedos. Buscando una canción para el saludo final de la puesta en escena de la obra, estrenada en el Teatro Nacional Cervantes, se me ocurrió poner en el buscador de google la palabra ‘corazón’ + ’La Mona Jimenez’. Me quedé absolutamente perplejo cuando de repente, los primeros compases del chingui chingui entre trágico y festivo, narraban la historia de un hombre que desesperadamente buscaba un corazón.* Matar a un elefante se pone en escena en el Teatro Metropolitan (Av. Corrientes 1342, C.A.B.A.) todos los sábados de febrero a las 20:15 hs.[Fotos: Martina Perosa]

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