Los Novillo Astrada y la Copa República Argentina en 1990: aquel campeón que, más que un equipo, era una familia

Eduardo Novillo Astrada, Taio, era el licenciatario de Columbia Pictures en la Argentina en 1990. Cuarenta y un años, cuarenta y dos. Mucho trabajo. Un Movicom que era una valija detrás de la palanca de cambios, novedad revolucionaria a fines de los ochentas. Ejecutivo en días hábiles, polista de fines de semana. Amateur acá, pero con un viaje deportivo-profesional al exterior por año. Lindo programa, con esposa e hijos entre Los Ángeles y Nueva York.Su primogénito, tocayo, tenía 17 años. Secundario en el Newman. Rugby, y un físico acorde. Perfil hacia lo universitario. ¿Polo? Sí, cuando podía.Miguel andaba por los 16. Otro colegio, Los Molinos, de Munro. Pícaro, muy pícaro. “Ladilla”, según los hermanos. Pero sano. Y más hincha del deporte de los tacos y las bochas que Eduardito. Al punto de, siendo teenager, viajar a Estados Unidos para jugar rentadamente.Y Javier. Javier era un niño, de 14. No un adolescente: un niño. Bajito, esmirriado. Una “laucha”, según Miguel. Después sería el más alto de los seis hijos (cinco varones), pero el estirón no había dado indicios todavía. Un cuerpo inversamente proporcional a su gusto por el polo: era el más fanático de todos.A los 14 años, Javier Novillo Astrada era niño bajo, flaco y de voz aún aguda, pero ya un muy buen polista que, con velocidad y taqueo, desmentía su único gol de handicap; a Milo Fernández Araujo se le animó a un par de pechazos en el encuentro decisivo.Taio solía hacer equipos con los dos más grandes. Un día ellos le dijeron “juguemos con Javier, ¿te parece?”. No cualquier cosa: el Campeonato Nacional Intercircuitos con Handicap, un torneo largo, histórico, lindo, que empieza en las provincias y culmina en Palermo. La foto con la Copa República Argentina es el premio quieren tantos jugadores diseminados por el país con distintas tonadas.En 1990 se la sacaron, nomás, los Novillo Astrada. Con una historia especial.El polo es un deporte de familias. Pocas tan numerosas y unidas como la de los Novillo Astrada. Taio, Eduardito, Miguel y Javo lograron lo que nadie más en el certamen: un papá y tres hijos campeones. Con un abuelo que hacía de chofer. Con una mamá que era hincha y, de algún modo, directora técnica. Con un chico, entre los cuatro protagonistas, que establecía un récord. Con un golpazo en el futuro que hoy hace más significativa y conmovedora esa foto de podio de los cinco (chicos, papá y abuelo), de hace 32 años.“¡Son 32 años! Que lo tiró. Qué viejo estoy”, comenta a LA NACION Eduardo, el ejecutivo, que aparenta 10, 15 años menos que sus 74 y aún está dando vueltas por las canchas. No por mucho tiempo: un hombro lo tiene a maltraer y la cirugía, mezclada con la edad, pondrá punto final pronto a una afición de casi siete décadas. En aquella época, temprano cuarentón, estaba terminando sus años de Triple Corona, en la que cosechó un Abierto de Hurlingham (1986) por La Aguada, junto a Héctor “Cacho” Merlos, Cristián Laprida y Martín Zubía.Eduardo “Taio” Novillo Astrada, un buen defensor que fue asiduo protagonista de la Triple Corona en los intersticios que le permitía su trabajo de empresario; en La Aguada-La Cañada fue el back que ordenaba a sus jóvenes compañeros desde atrás.El equipo del padre y sus chicos fue La Aguada-La Cañada, que representaba al club de la familia y a uno que Taio acababa de cofundar, también ubicado en Open Door. La camiseta blanca y bordó que usaron fue la del primero, una invención del abuelo, el que inició todo lo polístico en el clan, en el sur de Córdoba.Ese abuelo, Julio Novillo Astrada, había ganado la Copa República en 1946, por Río Cuarto. Levantarla 44 años más tarde y agregar la chapita con un solo apellido entre los cuatro jugadores era un incentivo para los descendientes. Tres generaciones de parientes campeonas en un mismo trofeo. Poco común, por familiar que sea el polo. Y Julio cumplió su papel en el logro de su cría.Casi tan campeón como los que se fajaron en la cancha: el abuelo Julio comparte el podio con sus descendientes, a los que se anticipó al lograr el mismo trofeo 44 años antes, en 1946, por Río Cuarto; “Iaio” fue el factótum polístico de los demás Novillo Astrada.Incentivaba el polo en los nietos. Los llevaba a taquear, les corregía el swing. Y en esos días de partidos oficiales en Pilar o en Palermo, les hacía de chofer. Buscaba a Miguel en Los Molinos y a Eduardito y Javier en el Newman, o viceversa, y los trasladaba a la cancha. Julio era “Iaio”. Su hijo Eduardo, Taio –parece un juego de palabras, sí–, no podía hacerlo: se iba directamente de la oficina a los palenques.Once partidos les demandó la foto. El Nacional es un campeonato especial, de tres etapas y abierto a todos los equipos posibles, con la rareza reglamentaria casi única en el mundo de que no hay límite de handicap. Por ejemplo, uno de 40 goles puede competir con uno de 0 (aunque nunca sucede). Eso se equilibra con ventaja de antemano para el más débil en el tanteador. El país polístico está dividido en 16 circuitos (regiones) y subcircuitos. La Aguada-La Cañada afrontó cuatro compromisos del subcircuito, tres del circuito Porteño y cuatro de la rueda final, que aún hoy se desarrolla en los predios de Palermo y Pilar. Y se cruzan mendocinos con salteños, entrerrianos con pampeanos, cordobeses con bonaerenses.A los Novillo Astrada les tocó con unos correntinos en algún momento de la rueda final, en Buenos Aires. Con sus 18 de valorización, les dieron 11 goles de diferencia. La llevaban bien, de sobra. Algo así como 20-11 en el último período. Y Taio, el back, último defensor, se dejó hacer un tanto. Un obsequio para los que venían de lejos y estaban pasándola mal deportivamente; un horror para sus crías hambrientas de victorias, de goleadas, de trofeos. Que se enojaron mucho. “Hoy nos reímos. Y haríamos lo que hizo papá en su momento”, cuenta Eduardito, el mayor, a sus 49 años.Miguel Novillo Astrada, uno de los mejores de su camada, según su hermano Eduardo; en aquel momento eran 2 y 3, respectivamente, pero jugarían a la inversa en toda su época de Triple Corona.Por entonces, a sus 17, en una fría tarde de mayo tenía un partido de rugby en La Plata, y después, uno por el circuito del Nacional, en el club Los Cerrillos, de Manzanares, cerca de Pilar. Verónica Devoto, muy madre, lo llevó a la capital bonaerense, y desde ahí, más de 100 kilómetros hacia el norte, por los caminos de 1990. “Yo tomo a Piqui”, propuso el primogénito. “Piqui” era Alejandro Díaz Alberdi, el mejor de los rivales de ese día, talentoso y muy bicho táctico en la cancha. “No vas a encontrarlo”, intentaron disuadirlo. El muchacho insistió tanto que accedieron. Fue una estampilla. “Se le pegó a Piqui y lo volvió loco. En un momento Piqui se fue a cambiar de caballo y él lo siguió hasta los palenques”, recuerda hoy Taio, al borde de la risa. “Hay un throw-in después”, le dijo socarrón Díaz Alberdi a Eduardito, como sugiriendo que no hacía falta exagerar hasta ese punto la marca individual. “Cambiá tranquilo”, le contestó el joven. Más allá de la situación graciosa, hubo un motivo para que el mayor de los Novillo Astrada fuera una piraña ese día: al afanarse en borrar a la figura contraria, no tendría que preocuparse por jugar, por la bocha, y entonces podría disimular el dedo lastimado… en el encuentro de rugby. Tenía como metido hacia dentro el anular derecho, justo en la mano que lleva el taco. Un mes vendado pasaría después. Menos mal que era el menos fanático del polo… Lo encantaban los caballos en sí y la cría, pero no por eso dejaba de gustarle mucho jugar.“Javier y Miguel eran de los mejores de su camada. Yo no lo era”, reconoce el hermano mayor. Como era el más robusto, por edad y por rugbier, en La Aguada-La Cañada recibía los caballos más pesados de ese pozo común que hacían los cuatro. No sobraba nada, en cantidad ni en calidad. Y, agarrados del campo en pleno invierno, había que hacerlos durar en rendimiento hasta fines de noviembre o principios de diciembre. Cada animal fue a quien mejor lo aprovecharía. Y los ligeritos les tocaron a los más chicos, Miguel y Javier. El cuarteto se ordenaba con Taio en el fondo, bien plantado, con panorama, y los jóvenes yendo a fondo al ataque y presionando como perros de presa cuando la bocha estaba en poder ajeno. Eduardito era el 3, y Miguel, el 2; años más tarde enrocarían. Y el 1, lógicamente, era el ligerísimo Javo. La “laucha” que todavía ni siquiera había cambiado la voz de niño, como se escucha en un “pegale” en el video de la final. Daba un poco de gracia, porque de tan chiquito que era, la camiseta –de adulto– le tocaba las rodilleras. Tenía 14 años y 8 meses. Y ya 1 tanto de handicap, pero muy mentiroso… Volaba en la cancha. Y cómo impactaba la bocha a esa velocidad. El gran Horacio Antonio Heguy era un fanático del pequeño.Javier Novillo Astrada, ya a los 15 años, con un físico más adolescente, galopa sobre Orejuda, una pequeña yegua con la que había disputado la tradicional copa infantil Los Potrillos; la caballada no era gran cosa en esa época para los futuros campeones de la Triple Corona…Miguel, con sus 16 años, poseía 4 goles. Y Eduardo, con un año más, 5. Taio, a los 42, conservaba 8 de los 9 que había llegado a tener. Superaron sin mayores problemas el grupo de la rueda final y les tocó una semi bravísima en la cancha 2 de Pilar. Un conjunto de Coronel Suárez (el club más exitoso de la historia), compuesto por los ascendentes Juan y Sebastián Harriott, sobrinos de Juancarlitos y de edades cercanas a las de los Novillo Astrada, los llevó hasta el chukker suplementario. El héroe ese día fue Eduardito, que consiguió el gol de oro. Alfredo Harriott, papá de los dos hermanos y una gloria del polo, fue a felicitar a Taio cuando aún no había desmontado. Un caballero.Por algún motivo, Francisco Dorignac, el presidente de la Asociación Argentina de Polo (AAP), había dispuesto que la final fuera a ocho períodos, en vez de los tradicionales seis. Una complicación para la escudería que estuviera más corta de máquinas. “Yo tenía que poner 32 chukkers de caballos en la cancha”, grafica Taio, el único proveedor de La Aguada-La Cañada. Enfrente estaba Los Indios-Santa Catalina, una mezcla de experimentados y ascendentes: Norberto Fernández Moreno, 5; Simón De Iriondo, 4; Milo Fernández Araujo, 7, y Jorge Pittaluga, 7. Total, 23 de handicap. Contra los 18 de los Novillo Astrada, que entonces estarían 5-0 arriba antes del primer throw-in.Una foto de álbum para los Novillo Astrada: acción en la cancha más importante del mundo y el tablero que inmortaliza los nombres de aquella final inolvidable para el clan.Para los chicos, definir en la cancha 1 de Palermo, La Victoria, era un programón. Aunque estuviera amarillento el césped: era 20 de agosto. En esa época el Campo Argentino de Polo se cerraba el 1 de septiembre para que en noviembre y diciembre la gramilla estuviera impecable.Entre las gradas, apenas pobladas, había una espectadora pasional, sabedora del deporte. Mamá Verónica gritaba para animar, pero también para dar indicaciones. “¡Al hombre, Miguel!”, podía instruir, por ejemplo. Muchos años de polo. La tenía clara. Y más, mirando desde afuera. Eso sí: no le gustó que Miguel y Javier, no muchos años luego, quisieran ser profesionales del polo. Con el tiempo, lo aceptó.Javier, Eduardo (h.), Miguel e Ignacio Novillo Astrada, campeones del Abierto de Tortugas en 2003, festejan con su mamá, Verónica Devoto, que también levanta la Copa Emilio de Anchorena. (La Aguada/)Entre la solvencia de Taio, la voracidad y la destreza de los chicos, el aliento de la madre, el corazón de los caballos y la mística del abuelo ex campeón, La Aguada-La Cañada fue una tormenta de polo en esa final. Un tormento, también: la pasó mal Los Indios-Santa Catalina, que nunca estuvo ni cerca en el tablero. Con el ayudín del 5-0 por handicap, los parientes se escaparon a 9-0, 12-2, 16-4… Eran dueños de la bocha, casi ni se la prestaban al oponente. Le tuvieron misericordia en dos circunstancias: varias veces al tener que resolver ante los mimbres, y en los últimos dos parciales, cuando el pleito era cosa juzgada.“Nos dieron una linda paliza. Los chicos recién estaban arrancando. Eran todos muy jóvenes y tenían unas ganas bárbaras. No recuerdo ni el resultado, pero sé que nos dieron”, hace memoria ahora Milo Fernández Araujo, uno de los maltratados en aquella tarde soleada. Como para recordarlo, claro: el tablero terminó 16-8. Es decir, 11-8 en el abierto, sin aquella ventaja inicial. Y el corpulento Milo se llevó un regalo inesperado en un instante: el irreverente y delgado Javier le aplicó un pechazo, le quitó la bocha y rechazó con un backhander de revés. Atacaba y defendía, ante quien fuera.“Lo más impresionante era Javier, con el tamaño que tenía”, destaca Taio. “Increíble verlo jugar”, agrega Miguel. Y sí. Salvando las distancias, a sus 14 era como un Poroto Cambiaso o un Camilo Castagnola de hace un par de años, pero con caballos mucho más rústicos. Con su edad, el delantero marcó un récord de precocidad entre los campeones en la historia de 61 años del torneo. Lo mantuvo 26 temporadas, hasta que lo superó el propio Jeta Castagnola, a los 13, en 2016.A Miguel le quedó otra alegría muy grande: Cereza fue galardonada como el mejor ejemplar de la final. Se sabe: para los polistas recibir ese premio es poco menos importante que ganar el campeonato. “Diez a siete”, es la proporción, según aquel número 2. Pero el de ese día fue más especial, porque Cereza era un producto de la cría de Iaio. “Un regalo de la vida”, lo sintió el nieto. Feliz como su abuelo, que subió al podio, casi como un quinto jugador. Tal vez era el más importante, mucho más que un necesario chofer, porque era el que había encendido la chispa en su hijo y sus nietos. El que bancaba y estaba siempre.Miguel junto a Cereza con la manta que la distingue como el mejor ejemplar del partido definitorio del Campeonato Nacional de 1990; esa yegua, criada por el abuelo Iaio, fue madre de otra Cereza, la que se lució con el mismo jugador en el lomo en sus mejores épocas de Triple Corona.“Estaba muy emocionado, chocho. Era casi como nuestro director técnico. Nos ayudaba un montón. Tuvimos una suerte enorme con él”, agradece Miguel, todavía feliz por aquella vivencia entre seres queridos. “Una satisfacción muy grande por lo que implicaba para mi abuelo, que había ganado la copa en el ‘46, y por la familia, por cómo vivíamos el polo. Soñábamos ganar torneos y jugar el [Argentino] Abierto con papá, aunque era algo lejano. Ganar la República con papá y mis hermanos, en la cancha 1 de Palermo, representando a La Aguada, con el premio al caballo… Increíble”, añade.Había que festejarlo a lo grande. Y los Goti, que habían obtenido uno de los trofeos secundarios, invitaron a los Novillo Astrada a celebrar en su departamento de Alvear y Callao. Festejo grande, hasta que con unos amigos particulares de los anfitriones: unos jóvenes Valeria Mazza, Alejandro Gravier, Carolina Peleritti… La crónica de LA NACION estuvo en la cartelera del Newman y generó felicitaciones “de todos lados”, cuando felicitar era llamar a un teléfono fijo y no mandar un mensaje de texto.La crónica de LA NACION que apareció en la cartelera del colegio Newman y que generó llamados de felicitación hasta desde el sur del país para los Novillo Astrada.Después de retirarse de la Triple Corona ese año, al siguiente, 1991, Taio encaró de nuevo el Nacional con los chicos. Ya con un Javo en proceso de cambio físico, más alto. Volvieron a llegar muy lejos, pero esta vez la final les puso un freno. Nuevamente un Coronel Suárez los complicó, con Marcelo y Juan José Araya, Sergio Boudou y Zenón Zorrilla. Fue lo último del padre con los tres hijos juntos. Taio tenía cada vez más edad y más trabajo. Era tiempo de que las crías tomaran vuelo propio.Lo último de las dos generaciones de Novillo Astrada juntas en un partido oficial: en 1991 Taio y los tres hijos mayores volvieron a disputar la República y estuvieron cerca de repetir, al perder la final.Vaya si lo hicieron, con tantas temporadas en la elite, un total de 38 goles de handicap en el cuarteto de hermanos que completaba Ignacio y cinco trofeos grandes, incluido el asombroso e inesperado cartón lleno en la Triple Corona de 2003, en la Cereza, una hija de la original, brilló conducida por Miguel. Aquella conquista de la Copa República Argentina tuvo que ver en esos éxitos posteriores. Bastante. “Teníamos todo por perder. Creíamos que íbamos a perder. Aquello fue clave para darnos cuenta de que podíamos más que lo que pensábamos, de que podíamos jugar de igual a igual con cualquiera”, rebobina Eduardo, que 27 años después de aquella consagración asumiría la presidencia de la AAP.“Somos unos privilegiados”, afirma Edu, disfrutando el recuerdo. Pero ciertamente no todo fue tiempos felices en el clan Novillo Astrada desde entonces. La explosión de la embajada de Israel en 1992, a media cuadra del departamento familiar, no tuvo más consecuencias que vidrios rotos, un carburador en el living y una pieza de motor incrustada en una pared, más una semana de dormir en viviendas de otros parientes y de amigos. La desgracia de verdad golpeó en 2021, cuando el propio Eduardo (h.) perdió a uno de sus hijos mellizos, Justo, de 22 años, por un accidente vial. Y antes, también, en 2014, cuando sucedió lo que todo el ambiente del polo recuerda: partió el muy creyente y pacífico Javier, a los 38, tras años de luchar con un tumor en la cabeza, siendo ya padre de cuatro niños.Todos contentos, hasta los jugadores de Los Indios-Santa Catalina, que aplauden a los Novillo Astrada en la premiación; Taio e Iaio comparten un momento único, con sus chicos.Aquella foto de cinco Novillo Astrada en el podio, con la Copa República Argentina, se vuelve más valiosa. Dos ya no están: el abuelo y el flaquito que impresionaba con su polo. “Papá vivió hasta los 91 y la pasó muy bien. Lo suyo fue la ley de la vida. No es igual lo de Javier. Mi hijo. Lo recuerdo todos los días de mi vida. Es lo mismo que con Justo”, sostiene Taio, papá y tío. Eduardo, hermano y padre, muestra una entereza y una madurez que no cualquiera tendría: “Es la vida. La muerte nos tocará a todos. Es parte de la vida, un hecho más. Cuando lea el artículo y Javier no esté, seguramente me dolerá. Pero uno tiene que aceptar las cosas que pasan y valorar lo que tiene. Ahora valoro más esos momentos que tuve, de compartir con un abuelo y un hermano. Momentos lindos. Tengo que agradecer que somos una familia muy unida y de mucha suerte. A pesar de las cosas que nos pasaron”.

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