Ni Franz Kafka se atrevió a tanto. Los argentinos nos convertimos en raros bichos producto de nuestra propia desnaturalización del ser nacional y del deber ser de nuestras obligaciones. Deconstruimos nuestra identidad de pueblo trabajador, emprendedor, responsable y desarrollista en un mustio haragán sin esperanza.Y todo se produjo a fuego lento dentro de la olla populista. Se extinguió el mérito, el respeto y el asombro y ya nada es como debiera.En cuanto a las obligaciones, somos hijos del rigor y como el estado es laxo no controla, y la justicia es cómplice. “Da lo mismo un burro que un gran profesor”: nadie es culpable del desmadre en que nos encontramos. Somos todos cómplices porque no supimos, no quisimos o no pudimos sumarnos a la profunda responsabilidad de hacer valer el voto que, de a uno, premia y castiga virtudes y defectos. ¿Cómo puede uno juzgar el resultado de lo que el pueblo elige?¿Cómo puede uno contener sus ansias de equilibrio?¿Cómo puede uno decidir a futuro si sabe lo que viene y es malo?Un Estado prebendario sin educación y generador de pobres es lo que nos viene convirtiendo desde hace más de 70 años en un bicho amorfo que se tragó al argentino legítimo.