Superar los 80 años dejó de ser la excepción. Llegar a los 100 ya no parece una meta inalcanzable. Una generación inesperada crece como una ola que el mundo intenta dimensionar. Y el tiempo apremia: el 22% de la humanidad va a ser mayor de 60 años en 2050, de acuerdo a la proyección de la Organización de las Naciones Unidas. En la década del 40, la expectativa de vida promedio en un país como la Argentina se ubicaba entre los 58 y los 60 años, y rondaba los 65 en 1970. Hoy, supera los 77 años, según la Organización Panamericana de la Salud. En España, acaba de alcanzar los 84. Entre 2010 y 2020, en Estados Unidos, la cantidad de adultos mayores creció cinco veces más rápido que su población total. Que la vida se prolongue es una gran conquista. El modo de transitar edades tan avanzadas, un verdadero desafío. Si, además, caen las tasas de natalidad, disminuyen las personas disponibles para ocuparse de cada vez más mayores. La ecuación no cierra y obliga a redefinir estrategias en todos los niveles.¿Están las sociedades preparadas para contener a esta población que aumenta a una velocidad inédita? ¿Existe una escucha genuina sobre las necesidades de los mayores? ¿Tienen ellos herramientas para explorar los años que se acoplaron a sus vidas? ¿En qué momento nos convertimos en cuidadores de nuestros padres? ¿Cómo redefinimos nuestro vínculo con ellos y qué emociones se ponen en juego? ¿Cómo acompañarlos sin avasallar su autonomía? ¿Estamos listos para planificar nuestra propia vejez bajo este nuevo paradigma de tiempo?Los interrogantes irrumpen y las respuestas están en plena elaboración por parte de gobiernos, organismos y expertos. LA NACION lanza hoy una serie para abordar el fenómeno en profundidad desde sus múltiples aristas, sin esquivar dilemas que están en la conversación, pero todavía rodeados de cierto tabú. ¿Se puede problematizar una realidad celebrable como el aumento de la expectativa de vida? ¿Hay margen para identificar tensiones cuando crecen las chances de llegar a edades más avanzadas? La respuesta es sí. No hacerlo sería dejar a los mayores desamparados, aunque las disyuntivas sean incómodas de plantear. Se trata de repensarlos con sus nuevas demandas, que obligan a un reacomodamiento en todos los órdenes, y con sus derechos, que ningún deterioro cognitivo puede vulnerar.Las mal llamadas “generaciones pasadas” están más vigentes que nunca. Los países debieron ampliar el foco en esta franja etaria, aun con miradas e ideologías antagónicas. Una de las principales preocupaciones es cómo sostener a una mayor cantidad de personas retiradas mientras caen en proporción los trabajadores activos que aportan. La discusión sobre la edad jubilatoria es global, sobre todo en los lugares donde los ciudadanos envejecen en condiciones que les permiten continuar la vida laboral.El impacto en la familia también es un síntoma de época. Ya existe un término sociológico para describir a los +40 o +50 que asisten a sus padres: la generación “lasaña” es la que se encuentra en el medio de las demandas de sus hijos jóvenes, que aún no son independientes, y las de sus padres, que pueden dejar de serlo. La sobreexigencia los desborda. ¿Quién cuida a los que cuidan? Los mayores, los verdaderos protagonistas de este fenómeno, se adaptan a la nueva longevidad, aprenden a vivir con más años y menos autonomía. Pese a los enormes aportes científicos y a la información disponible para lograr una vejez saludable, las limitaciones no pueden subestimarse. Las dificultades en el plano físico son las más evidentes, pero no las únicas. Tal vez el factor emocional sea el más invisibilizado.Segunda vidaSi el duelo por el retiro del trabajo existió siempre, ahora se suma el inmenso desafío de buscar un sentido a un tiempo que se perpetúa. ¿20 años por delante? ¿30 años? El vacío cobra una dimensión desconocida. En este punto el camino se bifurca entre quienes tienen herramientas para encontrar nuevos propósitos y aquellos que no logran adaptarse a esta etapa o lo hacen con altos niveles de padecimiento. ¿De qué depende? La elaboración de la propia historia y la construcción de vínculos sólidos a lo largo de la vida resultan determinantes para una vejez placentera. Los conflictos irresueltos, en cambio, suelen reactualizarse bajo nuevos formatos.El psicoanálisis tradicional planteaba la aceptación del final como uno de los procesos más difíciles de atravesar para los mayores. Pero, ¿qué sucede cuando ese final se torna difuso e impreciso? Las teorías sí quedaron viejas.La articulación con las generaciones más jóvenes se vuelve imprescindible. La soledad no solo aísla a los más grandes, los ubica en un lugar de pasividad que ya no los define. Salir al mundo moderno puede resultarles abrumador, entre las exigencias de inmediatez y la tecnología que gobierna todo. Acortar ese abismo también es urgente.Los que transitan la nueva longevidad abren camino; son los primeros que exploran este tramo de vida inesperado. Las vivencias de nuestros padres nos anticipan algo del recorrido futuro. Se trata de un espejo que puede incomodar, pero que parece necesario para proyectar nuestra propia vejez como una etapa gratificante. La secuencia se repite: nos vuelven a guiar.Por Florencia Fernández BlancoAdultos mayoresVínculosSalud mentalConforme aEncontrá las guías de servicio con tips de los expertos sobre cómo actuar frente a problemas cotidianos: Adicciones, violencia, abuso, tecnología, depresión, suicidio, apuestas online, bullying, transtornos de la conducta alimentaria y más.IR A LAS GUÍASOtras noticias de Adultos mayores”No pueden más”. Los desafíos de los +80, el colapso de los hijos y una pregunta incómodaBaja natalidad. Una especialista en familia reveló los cinco factores que causan menos nacimientos en la Argentina Ensayo clínico. LATE, la demencia que puede confundirse con Alzheimer y desafía el abordaje del deterioro cognitivo
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