Algunos incidentes, como el entredicho planteado en Mar del Plata entre el intendente Guillermo Montenegro y el abogado Juan Gabrois, quien también suele presentarse, para el asombro público, como dirigente social y confidente del papa Bergoglio, importan por los hechos en sí mismos; pero más, bastante más, por el carácter de síntomas de un estado de cosas generalizado en el país. Parecerían estar un escalón debajo, por gravedad social e institucional, de los crímenes callejeros que sobresaltan hora a hora a la población y, sin embargo, son parte de un fenómeno insostenible.La aventura del kirchnerismo, de tan incontrolables consecuencias que ha dejado como derivación al mileísmo, ese movimiento polifacético surgido abruptamente desde la nada, avanzó, hasta agotarse, desentendiéndose de las formas más primarias del orden público. Gravísimo: sin un mínimo de orden público es tan inasequible la vida civilizada como una sepultura digna y respetada.En numerosos operativos en la ciudad de Mar del Plata se exigió a “trapitos” que dejaran de presionar a vecinos y visitantes; muchos de ellos ni siquiera eran habitantes del partido de General PueyrredónTestimonio elocuente de esto son los camposantos arrasados de cuanta placa o crucifijo haya sido realizado con materiales de un cierto valor, por modesto que fuere. Basta visitar el cementerio de la Chacarita para comprobar de qué manera violenta se han producido allí saqueos en tumbas, nichos y bóvedas.Gabrois ha pretendido descalificar al intendente marplatense por haber decidido este a eliminar de las calles a limpia vidrios y “trapitos”, torvos personajes, a menudo, que toman el ámbito público como bien propio. Vulneran el derecho de libre tránsito y estacionamiento, donde corresponde, de los ciudadanos del común. Difícilmente haya a esta altura un lector que no haya atravesado por una situación intimidatoria creada por estos sujetos, tan visibles en las proximidades de los estadios de fútbol en fechas de partidos o de centros gastronómicos o de cualquier otro orden, donde converjan multitudes.Hay muchas personas necesitadas, producto de años de malos gobiernos, pero sobran también quienes solo quieren provocar daño o sacar rédito políticoAquel conocido agitador de militancia peronista y verba desafiante y violenta se agravió por haber considerado que en Mar del Plata el municipio interfería en labores legítimas de terceros. Se refería, en realidad, al tipo de prestaciones incriminadas por latir en ellas la velada amenaza de cometer daños de no haber compensaciones pecuniarias para actividades que han estado lejos de haberse requerido, e incluso de haberse efectivamente realizado, y que cuentan con la discutible legitimación gremial de un Movimiento de Trabajadores Excluidos.Para quienes buscan infructuosamente operarios para tal o cual tarea en centros urbanos, y nada se diga para realizar labores en zonas rurales, la caracterización de “excluidos” requeriría de explicitaciones más minuciosas de las que surgen de estadísticas oficiales o de observatorios sociales. Hay un desempleo de porcentaje atroz desde hace años en la Argentina, pero cuando se baja a los casos concretos de la relación entre patrones y empleados se produce con frecuencia la rara contradicción de que sea a veces un verdadero hallazgo, y motivo de celebración, encontrar personas dispuestas a asumir tareas con una rutina sistematizada.El intendente de Mar del Plata hizo hincapié en que tanto los limpia vidrios como los “trapitos” se instalan en la ciudad cuando comienza la temporada veraniega. Van a hacer el verano, como se dice coloquialmente, incluso desde lugares lejanos, y se permiten disponer en la vía pública de la reserva compulsiva de espacios para estacionamiento, privilegio que no habría razones de extender ni a un buen vecino.No es un tema menor. Está asociado a la pérdida de la noción más elemental sobre lo que significan los espacios públicos y su relación con la democracia, como lo recordó Sarmiento al inaugurar los jardines de Palermo. Esos espacios están para el disfrute de todo tipo de ciudadanos, sin distinción de clases sociales.Hoy, la belleza e higiene de urbes de proyección internacional, como Buenos Aires, se resiente por actos insólitos como el de volcar desaprensivamente en veredas y calzadas cualquier tipo de residuos. La acumulación de desperdicios es tal magnitud y reiteración que lleva a inferir que obedece al propósito deliberado de producir daño por ensañamiento contra la ciudad y sus vecinos, fueren del microcentro, Monserrat, Retiro, San Nicolás, Recoleta, Congreso y Pompeya, o cualquier otro.Las autoridades de Carlos Paz han puesto énfasis en las multas que rigen para estos desafíos contra la salud y la estética ciudadanas. La ciudad de Buenos Aires, por su parte, acaba de inaugurar en Retiro un primer contenedor habilitado para echar en él basura y para ser extraída solo desde camiones autorizados a levantar residuos.A esto se ha llegado después de haberse vulnerado límites de decencia que se hubiera dicho en otro tiempo infranqueables frente a domicilios privados o de establecimientos públicos. Gente que ha tomado los contenedores como baños públicos, y peor aún, a juzgar por escenas que escandalizan. Se evacúan fluidos contra esas carcasas a las que luego personal de limpieza de la ciudad debe rociar con desinfectantes, según denuncian los lectores y certifican nuestros cronistas.Se ha dicho que la mutilación en gran escala cometida en monumentos, edificios de viviendas u oficinas, o en cementerios, despojados de cuanto elemento de algún valor se ha encontrado al paso, no ha sido obra de organizaciones criminales, sino el acto espontáneo de carenciados. En no pocos casos, de indigentes por quienes la autoridad pública velaba en el pasado con mayor compasión, llevándolos tanto para su protección, como para la del resto de los vecinos a establecimientos asistenciales especializados, a fin de atenderlos de forma debida y procurar su rehabilitación.El robo del picaporte de bronce del Palacio San Martín, sede de la Cancillería; el de dos aldabas históricas en las puertas de la Bolsa de Comercio; la desaparición de cientos, de miles de paneles de porteros eléctricos; el robo de 15 medidores de gas en 15 manzanas de La Plata, que dejó en invierno sin calefacción a incontables familias, constituye apenas un listado sumario y conocido del pillaje en notable escala que se ha tolerado en nuestras ciudades en los últimos años. El segador de Constantin Menunier ha “perdido” su guadaña; el Heracles de Émile Bourdelle, su arco; las cinco principales figuras del Monumento a España, en la Costanera Sur, han quedado desfiguradas.En todo esto subyace, comprensiblemente, la profunda crisis económica que ha afectado al país en todos los aspectos, y más que a nadie, a sus hijos más vulnerables. Es también un espinoso asunto cultural, provocado por la destrucción de la educación popular y el abandono de las mejores tradiciones de convivencia civilizada en la República. Es esto, por igual, el precio que paga el país por una corrupción pública de larga data, presente en el cuadro de involución y empobrecimiento que aqueja a tantos sectores.Es un mal, en fin, que se aceleró fuertemente desde que se apoderaron del poder quienes lo tomaron con la premeditación de vaciar de manera sistematizada las arcas del fisco. Impresiona por eso la impavidez de tantos responsables de la instalación en sus tiempos de gobierno de una cleptocracia, a la que ahora se suma la desfachatez con la que procuran volver a instaurarse en el poder.Si la reconstrucción económica en marcha es dolorosa para muchos sectores, la restauración del orden público en todas sus manifestaciones provocará también nuevas heridas y quejas. Hará falta temple, solidaridad efectiva y mano quirúrgica firmes para llevarlas adelante y restaurar de tal modo las condiciones indispensables de civilidad en una sociedad que pierde día a día a sus hijos más empeñosos, que buscan nuevos horizontes para sus vidas y familias, y que ha mortificado no solo como nunca la existencia de los más necesitados, sino que ha multiplicado desaprensivamente su número.TemasOpiniónNota de OpinionMar del PlataCiudad de Buenos AiresGuillermo MontenegroJuan GraboisEspacio públicoMedio ambienteConforme a los criterios deTipo de trabajo:opiniónConocé másOtras noticias de Nota de Opinion¿Qué hacer?Milei y Macri, al borde de la rupturaImpuesto de sellos, botín de reyes
Con cuatro resoluciones publicadas en el Boletín oficial, la Administración Nacional de Medicamentos, Alimentos y…
Tras superar a Nacional y Peñarol, ambos por 1 a 0, y espera afilado el…
Las compañías aseguran que por el crecimiento de la industria del juicio "el negocio está…
En medio de la tregua y el cese al fuego acordado desde este domingo entre…
Para muchos, la palabra “Hollywood” es sinónimo de fama y dinero, pero Djimon Hounsoun ha…
Ni Lousteau ni los gobernadores conducen a la UCR cuyo rumbo es incierto.Desde el Gobierno…