Un viejo televisor duerme en una esquina de la habitación donde un grupo de militares retirados se reúnen en Akkar al Atiqa para discutir cómo organizar la ayuda que están distribuyendo a los desplazados por la guerra en Líbano desde el recrudecimiento de los bombardeos israelíes en septiembre. El norte del país, donde se encuentra esa localidad de 17.000 habitantes, es un lugar remoto desde Beirut. No por la distancia —apenas 135 kilómetros—, sino por ese asfalto maltrecho, flanqueado de basura, que habla de un Estado en ruinas. La región olvidada de Akkar es, sin embargo, el vivero de la que se considera la única institución popular de esa Administración ausente: las Fuerzas Armadas y sus alrededor de 80.000 militares. “El 50% de ellos vienen de esta zona”, asegura el suboficial Haytham Khalil, de 55 años.Seguir leyendo
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