Florencio Varela era un gran entusiasta del daguerrotipo y hasta llegó a encargar una cámara a Europa. Aquí en una toma con una de sus hijas (Colección MHN)Que no saliera porque había sido amenazado de muerte, le insistía su esposa. Además si bien estaba de muy buen humor, ese 20 de marzo de 1848 Florencio Varela había amanecido con un feo presentimiento. Anochecía en Montevideo cuando este periodista, escritor y abogado partió después de tranquilizar a su mujer de que no hiciera caso a esos rumores, que nada pasaría. Le recordó que el 25 era el cumpleaños de su mamá Encarnación Sanjinés, y que había que comprar los regalos. Partieron juntos de la casa que ocupaban en Misiones 90 con sus diez hijos y otro en camino.Ella volvió antes y enfrente notó la presencia de un individuo que le pareció sospechoso. Entró a su casa con la intención de comentárselo a su marido pero el hombre aún no había llegado. Lo hizo al rato, estaba contento y se reunió con amigos y parientes, que lo esperaban en su lugar de trabajo.Justa Cané había conocido a Varela en Buenos Aires. Casados por poder, una vez establecidos en Montevideo realizaron una ceremonia religiosaDe pronto, recordó que debía ir a ver a un cliente por una cuestión judicial, y volvió a salir, sin hacer caso a las advertencias de su esposa. Sus acompañantes también se fueron con él.Florencio Varela nació a las nueve y media de la mañana del 23 de febrero de 1807 en la casa familiar que estaba al costado del convento de San Francisco, en la ciudad de Buenos Aires. A los 20 años ya era doctor en jurisprudencia , tenía inclinación por las letras, la poesía y el periodismo, en el que descollaba su hermano Juan Cruz.Se involucró en política cuando estalló la revolución de diciembre de 1828 que supuso el derrocamiento del gobernador Manuel Dorrego.El asesinato de Varela, según Juan Manuel Blanes, en un óleo de 1870Ya entonces colaboraba en el diario El Tiempo, desde donde se desacreditaba al coronel derrocado. Junto a sus hermanos Juan Cruz, Jacobo, Manuel Gallardo y Juan Lasserre, entre otros, se involucró en la redacción de periódicos de corta vida, como El Porteño y El Granizo, ambos de 1827; El Liberal, El Diablo Rosado, el Hijo Mayor del Diablo Rosado, El Hijo Menor del Diablo Rosado y El Hijo Negro del Diablo Rosado, todos de 1828.Durante el gobierno de Rosas, colaboró en El Iniciador, fundado por Andrés Lamas y Miguel Cané. En 1829 debió dejar la ciudad y exiliarse, como tantos otros, en Montevideo, donde se transformó en una suerte de vocero de los unitarios. Su erudición literaria la volcó de lleno a la política y especialmente, a criticar y a denunciar el gobierno de Juan Manuel de Rosas. Ese papel lo transformó en un hombre de acción que despertó la atención incluso en Buenos Aires.Las ropas que vestía Varela en el momento en que fue asesinado (Caras y Caretas)Era alto, delgado, de tez morena, con frente ancha, cabello oscuro y ceja abundante. Le gustaba la pintura y la escultura y su punto débil era la música. Era una persona metódica que tenía sus papeles y obligaciones ordenados. En la ciudad oriental se había casado con Justa Cané, nacida en Arrecifes en 1815, con quien se había comprometido en Buenos Aires.Era el vocero de los unitarios exiliados en Montevideo, ”una de las promesas más bellas de la Regeneración Argentina”, decía José Mármol.En 1841 debió viajar a Brasil para curarse de una enfermedad pulmonar y se convirtió en un entusiasta de la novedosa técnica del daguerrotipo. Al año siguiente regresó a Montevideo, una ciudad que sería sitiada por las fuerzas de Manuel Oribe.En agosto de 1843 el gobierno de Montevideo lo envió en misión diplomática a Europa para reunir voluntades contra el rosismo. En Inglaterra le dijeron que el país no se apartaría de la neutralidad, y aunque tuvo mayor receptividad en Francia, no consiguió los resultados esperados.El 20 de febrero de 1844 visitó a San Martín, a quien encontró anciano pero fuerte. Contó que el general exiliado padecía violentos ataques nerviosos y que solía sorprender con arranques de malhumor. Tenía especial debilidad por sus nietas, criada por una madre, Mercedes, que día a día les habla de Buenos Aires y les enseñaba el idioma.Varela era todo un referente de los emigrados argentinos y celebró el bloqueo anglo francés en el Río de la Plata, remarcando “el desprecio que el Dictador de Buenos Aires profesa a todo principio civilizador”. El propio Rosas, según Mansilla, llegó a decir que “ese canalla de Florencio Varela ya me tiene harto hasta los hígados. La noche menos pensada, al ponerse el sombrero, va a encontrarse que no tiene cabeza”.Vivía de la abogacía para mantener a su numerosa familia y editaba El Comercio del Plata, desde donde rebatía a Rosas con argumentos históricos y políticos y criticaba especialmente a Oribe, a quien trataba con desprecio y con sarcasmo. Este diario era el más importante de las publicaciones que se oponían a Rosas. Asimismo, estaba escribiendo una historia de su país.En marzo de 1848 se esperaba la llegada a Montevideo de diplomáticos ingleses y franceses. Varela fue el encargado de atenderlos y contarles la coyuntura política del Río de la Plata.Ese lunes 20 de marzo cuando salió de su casa, fue a ver a Mac Lean, un cliente con quien arregló detalles judiciales. Volvió por la calle 25 de mayo, atestada de gente, que se había reunido para ver marchar un batallón que iba al puerto a embarcarse. Se encontró con el jefe de la marina inglesa y con el ministro de hacienda, con quienes departió por un par de minutos. Siguió caminando solo y cuando tomó Misiones, la de su domicilio, no había un alma.Justa Cané anciana, cuando festejaba su cumpleaños junto a su descendencia, como en este caso, en una fotografía publicada el 28 de octubre de 1899 en Caras y CaretasEnfrente de su casa lo esperaba su asesino, Andrés Cabrera, un pescador nacido en las Islas Canarias. Lo sorprendió de atrás y lo apuñaló en la parte superior de la espalda. Le infligió una herida de abajo hacia arriba. La punta del cuchillo salió por la parte inferior del cuello y en su trayecto cortó la carótida.Varela caminó tambaleando a la vereda de enfrente de su casa, y se desplomó frente a la zapatería de Charbonier, en el número 91 de Misiones. Estaba muerto.Cuando ocurrió el ataque, de la casa escucharon tres golpes a la puerta y quejidos. Cuando salieron, vieron el cuerpo de Varela tendido. Eran las ocho de la noche.Lo cubrieron con la cortina de lona de la puerta de la zapatería mientras esperaban la llegada del juez del crimen, que demoró dos horas. Cuando terminó las actuaciones, colocaron el cuerpo en un ataúd y lo condujeron a la iglesia matriz. Al otro día, a las 11 de la mañana, a los funerales, asistieron 700 personas.El asesino Cabrera desapareció y dos horas después llevó la noticia al ejército de Oribe, y la tropa estalló en vivas al enterarse del asesinato. A Buenos Aires la noticia llegó al otro día. Cabrera, quien no conocía a Varela y un cómplice debió señalárselo- recibió, como recompensa, once onzas de oro y Oribe lo habría recompensado con un terreno y ganado. Durante días mostró a quien se lo pedía el cuchillo que había usado para cometer el crimen. Desde el día siguiente ya todos supieron que había sido el asesino. Entonces las miradas convergieron en Rosas y Oribe.Varela dejaba diez hijos, todos menores. El mayor era Héctor, de 16 años y la más chica Natalia Risa, de seis meses. Además su esposa estaba embarazada de Julio, quien nacería seis meses después. Se hizo una colecta para ayudar a la familia. Los 15.077 pesos reunidos serían administrados por los tres hermanos del muerto.José Mármol escribió al año siguiente del asesinato, una biografía de Varela con los detalles de su muerte y de sus instigadoresSu viuda se volvió a casar, con Andrés Somellera, doctor en jurisprudencia, muy amigo de su esposo, quien también durante el gobierno de Rosas estuvo exiliado en Montevideo. Luego fue diputado, senador e integrante de la primera Suprema Corte de Justicia de la provincia de Buenos Aires. Con Somellera, que murió el 18 de agosto de 1881, tuvo una hija, Delia. La anciana Justa Cané vivía en la calle Maipú 379 de la ciudad de Buenos Aires. Para 1899 su familia incluía 127 miembros, entre nietos, bisnietos y tataranietos. Falleció el 9 de mayo de 1910, en un tiempo muy lejano de aquella noche en la que le suplicó a su marido que no saliera, presintiendo que iba camino a su muerte.
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