Para Abadi, “en la actualidad existe la idea de que todo lo que sucede en la infancia puede ser traumático para el psiquismo del niño (Getty) (Vera Livchak/)¿Cuánto cuidado es mucho cuidado, si de proteger a los hijos se trata?Entre la generación de los abuelos actuales, que “se criaban solos” como suele decirse, y los niños y adolescentes de hoy, que nacen y crecen con el paradigma de la crianza respetuosa como estandarte, y con madres y padres 100% disponibles y atentos a sus necesidades, hay un tercer grupo -los padres de 40 y pico de hoy-, que fueron criados con la premisa de poner límites, que a veces implicaban una paliza y un amor que se demostraba tímidamente, más con la acción que con el abrazo o la palabra.Es allí, donde, en un intento tal vez por diferenciarse de sus propios progenitores, los padres de hoy en día se preocupan porque a sus hijos no les falte amor, tiempo compartido de calidad, atención a sus necesidades emocionales y protagonizan un tipo de crianza que -tal vez- termina dejando a los chicos indefensos ante ciertos desafíos de la vida, o faltos de autonomía en algunas cuestiones.Algo de eso intentó reflejar la antropóloga italiana Francesca Mezzenzana en el ensayo Amazonian childcare (Cuidado infantil en el Amazonas), donde volcó su experiencia en un poblado indígena de 500 habitantes en el Amazonas ecuatoriano, en el que se instaló con su hijo de cuatro meses en 2015.Mouesca: “Detrás del ‘yo te hago’ está escondido el ‘vos no podés’ y eso quizá sea una forma de describir qué es la sobreprotección” (Getty) (getty/)Entre sus observaciones de la vivencia, escribió que “a los ojos del pueblo Runa, los niños occidentales crecen consentidos, sobreprotegidos e incapaces de enfrentar el mundo que los rodea”.¿Entonces? ¿Es posible criar con límites y disciplina y a la vez atender a sus demandas emocionales? ¿Cómo lograr el equilibrio?Para empezar a poner blanco sobre negro en el tema, el pediatra y psiquiatra infanto juvenil de la Sociedad Argentina de Pediatría (SAP) Juan Pablo Mouesca (MN 88.694), explicó a Infobae que “los límites y la disciplina son parte de las demandas emocionales. Para crecer adecuadamente se necesitan dos funciones, que pueden ser ejercidas por distintas personas, aunque no muchísimas en nuestra sociedad occidental y son los cuidadores primarios, mamá, papá, una abuela, que cumplen por un lado la función que antes se llamaba materna, que tiene que ver con la nutrición, el sostén, el cariño, el afecto, y una función normativa, que es ordenadora, dar espacio, poner límites, etc. -precisó-. Las dos funciones son necesarias, se complementan mutuamente y no se excluyen. Cuando hay sobreprotección no hay normativa, y cuando hay exceso de norma, no hay función adecuada de sostén. Y cuando cae una cae la otra y puede caerse para un extremo o para el otro”.En opinión de la licenciada en Psicología Lorena Ruda (MN 44247), “el equilibrio es un ideal y como tal es difícil pasarlo a la práctica. Pero sí es posible atender las demandas emocionales, acompañar procesos y poner límites claros, pues es más que necesario y ordenador dar un marco seguro por dónde moverse”. “Los límites brindan contención y seguridad para aprender a moverse en el mundo; no tienen que ver con castigos o solamente decir ‘no’, sino que tienen que ver con enseñarles el mundo de las normas, las consecuencias de no cumplirlas, el respeto por el prójimo”, amplió la especialista, para quien “las rutinas, la colaboración en las casas, ciertas condiciones y reglas de cada hogar son maneras de poner límites, no tienen que ver con gritar y castigar”.Abadi: “Hoy vivimos en una sociedad hostil que nos pone a la defensiva todo el tiempo y como padres intentamos proteger a los chicos de esta hostilidad” (Getty) (OR Images/)Consultada sobre si los padres en la actualidad están criando niños consentidos y sobreprotegidos, la médica psiquiatra infantojuvenil y directora del Departamento Infantojuvenil de Ineco Andrea Abadi (MN 76.165) consideró que “esto no es nuevo; hace tiempo desde muchos sectores alertan sobre los cuidados excesivos de la sociedad occidental, cuyos padres, en pos de evitar peligros o situaciones que los traume, avanzan en la posibilidad de los chicos de generar autonomía, y autocuidado”.“En la actualidad los chicos hasta avanzada la adolescencia no se saben manejar en la calle, no desarrollan las conductas automáticas de autocuidado, y esto les impide la posibilidad de autonomía y la capacidad de valerse”, observó la especialista, para quien “esa exageración de protección busca evitar el contacto con lo peligroso, y a veces el contacto con lo peligroso tiene que ser ajustado a la edad, progresivo, pero no negado”.Y ejemplificó que cuando un niño no sabe nadar no se lo tira en su primer contacto con una pileta a los dos metros de profundidad, pero tampoco usa salvavidas hasta los 10 años. “Esto tiene que ser metáfora para muchas situaciones, desde el manejo del cuidado en la calle, hasta el contacto con extraños -opinó-. Hay que mostrarles que hay situaciones peligrosas y otras que no lo son, que hay personas desconocidas que a veces son peligrosas pero esto no es siempre así”.Y si bien reconoció que “la Argentina no es sensor lamentablemente de la realidad lógica”, sostuvo que “tampoco se les puede asegurar que no les pase nada malo estando con los padres, por lo que si se parte del objetivo de que los hijos crezcan y puedan salir a la vida con recursos, hay que saber que los recursos no nacen de un día para el otro, y poder como padres diferenciar entre el mimo (de por ejemplo querer llevarlos a un lugar para compartir un rato de charla) y el cuidado”.Cuándo un niño está sobreprotegidoA los ojos del pueblo ecuatoriano, “los niños occidentales crecen consentidos, sobreprotegidos e incapaces de enfrentar el mundo que los rodea” (Getty) (Tom Werner/)En este punto, Mouesca señaló que “existe un síndrome, que es una enfermedad (entre comillas) que está descrita en los libros de Pediatría y se llama el síndrome del niño vulnerable”.“Se trata de chicos que han sufrido situaciones de riesgo de vida y que, de manera compensatoria, los padres los tratan siempre como si fueran chicos muy frágiles y a los cuales hay que cuidar en exceso habiendo ya pasado la situación de riesgo”, explicó, al tiempo que ahondó: “Esto, que es un extremo, podría usarse para definir qué es sobreprotección, partiendo de la base de que dependiendo de las capacidades de cada chico hay que ayudarlo a que vaya pudiendo hacer cosas solo y, en este sentido, es tan malo pedirles que hagan algo que ellos no pueden hacer, como hacerles algo que sí pueden hacer”.Sobreprotegerlos sería entonces para él, “no tenerlos en cuenta y hacer de más, hacer por ellos algo que ellos podrían hacer por sí solos. Por ejemplo, atarle los cordones (o comprarle zapatillas con velcro) o higienizarlos cuando van al baño cuando ellos ya podrían hacerlo solos, en estos casos, a los tres o cuatro años”.“Esas son cosas que en esa sociedad tribal de Ecuador se dan por entendidas y se dan espontáneamente y como en esta sociedad occidental estamos más solos para criar pueden surgir dudas, y a veces se trata sólo de confiar un poco en la intuición”, analizó el especialista, para quien “detrás del ‘yo te hago’ está escondido el ‘vos no podés’ y eso quizá sea una forma de describir qué es la sobreprotección, que también puede pensarse como una forma de maltrato”.Ruda: “Es posible atender las demandas emocionales, acompañar procesos y poner límites claros” (Getty) (Halfpoint Images/)A la hora de reconocer cuándo un niño está sobreprotegido, para Abadi, “un buen parámetro es observar en relación a lo social del grupo donde está inmerso”. “Ver si se anima a hacer las mismas cosas que el resto, separarse de los padres con seguridad, ir a casa de un amigo, a un cumpleaños, bajarse del auto y comprar si se lo está mirando”, ejemplificó. Y tras recomendar que “siempre se debe hacer especie de simulación previa de lo que se va a exponer, como viajar en colectivo con ellos primero antes de que lo hagan solos”, reconoció: “La realidad es que de lo único que los podemos proteger es de que no tengan recursos”.A su turno, Ruda observó que “un padre sobreprotege a un hijo cuando evita que se encuentre con la angustia tapándosela de diferentes formas, cuando por cuidarlo le evita su autonomía y genera cierta dependencia, cuando con tal de que no sufra no lo deja que se enfrente a situaciones que les generen cierto conflicto, con lo cual no aprenderá a resolverlo”. Para ella, “es necesario observar y acompañar para saber hasta dónde tiene injerencia el adulto y procurar dejar de controlar su pequeño mundo queriendo evitarles todo tipo de desilusión y angustia”.“Nadie quiere que su hijo sufra. No debería al menos ser así -sostuvo-. Ellos sufren porque cada etapa tiene los conflictos concomitantes y hay que atravesarlos y los padres estamos para acompañar, no para evitárselos. Claramente nadie va a dejar angustiado a un hijo en un lugar que no se anima; se trata de ir de a poco aprendiendo cómo darle la confianza para que pueda resolverlo”.La delgada línea entre no descuidar sus necesidades y un exceso de disponibilidad”Dependiendo de las capacidades de cada chico hay que ayudarlo a que vaya pudiendo hacer cosas solo”, coinciden los especialistas (Getty) (Marko Geber/)Para el especialista de la SAP, “está bien satisfacer las necesidades, pero no exagerar la respuesta ante esas necesidades porque puede ser contraproducente”. “No es bueno mucho ni es bueno poco; es bueno lo justo, y lo que justo es lo que como sociedad se piense que es mejor, y en ese guiarse por los propios ideales”, consideró, y amplió: “Si alguien vive en la infancia una dedicación exclusiva, quizá como adulto tenga que trabajar mucho más que en otras otras sociedades como la que muestra la antropóloga el tema de, por ejemplo, no estar con otro todo el tiempo”.“Tenemos que ir acomodándonos al lugar geográfico e histórico que nos toca cada vez, pero teniendo en cuenta de que mucho de lo que vivamos en la primera infancia importa para el futuro, pero siempre es para modificar y para poder entender que eso que vivimos es una parte muy importante donde nos sentimos queridos y valiosos, pero que no lo es todo”, remarcó en este punto.Ruda coincidió en que “es importante empatizar con sus necesidades emocionales para darles el espacio al diálogo y a expresar lo que les pasa sin sentir que se los subestima o que no hay tiempo para escuchar sus cosas”. Sin embargo, agregó que “el exceso de disponibilidad, la incondicionalidad, responder a todas las demandas no es criar respetuosamente sino anular de alguna manera su autonomía, cuando por ejemplo, no pueden tener juego solitario y siempre necesitan a un adulto que juegue con ellos”.Para ella, “mostrarse deseantes o interesados en cosas que no son ellos, decir ‘ahora no puedo’ o incluso ‘ahora no quiero’ es una manera de que ellos puedan resolver solos, por ejemplo, su aburrimiento”.Y agregó: “Enseñarles a esperar, ya sea su turno para hablar, el momento de disponibilidad para jugar, el día habilitado para el quiosco son maneras de poner límites; no es abandonarlos, no darles amor, desatenderlos, por el contrario es amarlos y cuidarlos y permitirles las emociones que estas situaciones les generan en vez de estar ahí para evitárselas”.“Los límites y la disciplina son parte de las demandas emocionales” (Getty) (Halfpoint Images/)Para Abadi, “en la actualidad existe la idea de que todo lo que sucede en la infancia puede ser traumático para el psiquismo del niño, y a veces son situaciones de la vida que pueden suceder y que en otras culturas no lo viven con la misma gravedad”.“Creemos que cualquier pelea entre chicos es bullying, que cualquier situación molesta con los pares es hostigamiento y la verdad es que si bien este tipo de violencia existe y no hay que negarla, muchas veces no lo es”, aclaró la psiquiatra, para quien la clave es “darle a los chicos recursos de defensa y la confianza para siempre recurrir al adulto”.“Lo paradójico es que hoy muchos jóvenes pasan del auto de los padres a manejar su propio auto; en nuestra época no pasaba eso, lo primero que nos enseñaban era a subir al colectivo, a buscar a los hermanos menores al colegio y volver caminando -reflexionó-. Independientemente de si el niño necesitaba el traslado de la familia, sabía cruzar una calle, ir a un negocio solo, y dentro de casa tenía claro cómo manejarse si tocaban timbre, si llaman al teléfono fijo; tenían más herramientas para usar su criterio para elegir qué era malo y qué no”.Entonces, ¿todo tiempo pasado fue mejor?, preguntó esta periodista. “Fue más sencillo; estábamos menos pendientes de etiquetas, más relajados -opinó Abadi-. Hoy vivimos en una sociedad hostil que nos pone a la defensiva todo el tiempo y como padres intentamos proteger a los chicos de esta hostilidad”.Para el cierre, Mouesca trajo una frase de Donald Winnicott, un pediatra y psicoanalista que realizó importantes contribuciones al entendimiento del vínculo madre-hijo e instaló el concepto de “madre suficientemente buena” para explicar los mínimos imprescindibles para que el infante madure adecuadamente. “Una madre o un padre suficientemente buenos no son excelentes, ni perfectos. Son acordes, están atentos, y fallan, y eso es parte de lo que tenemos que aceptar”, concluyó.Seguir leyendoPadres “low battery”: ¿la vida actual los dejó sin paciencia para criar a los hijos?¿Crianza amable o límites estrictos?: cuál es la mejor forma de educar a los hijos“No sé lo que quiero, pero lo quiero ya”: manual para cuando el berrinche es lo que manda