Los rancios viven del tráfico que les da nuestra indignación. Lo sabemos, intentamos hacer un esfuerzo por ignorarlos, bloquearlos, borrarlos de la faz de la tierra, pero no podemos evitar contestar, darles pábulo, convertir la anécdota en norma y así, contra nuestro yo más cerebral, hacer que nuestra realidad sea un poco más irrespirable. El consejo de las abuelas de internet, don’t feed the troll (no alimentes al trol) sigue de completa vigencia. Lo que las abuelas no esperaban es que fuéramos unos nietos yonkis que se inventan excusas racionales para seguir enganchados al pozo sin fondo de la irracionalidad y el odio.Seguir leyendo
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