escuchar>LA NACION>SábadoVerónica González Bonet perdió la visión por una mala praxis, pero eso no le impidió estudiar, recibirse de periodista y cumplir junto a su marido el deseo de ser padres; la mayor dificultad, dice, es la reacción de la gente5 de febrero de 2023Violeta GorodischerPARA LA NACIONescuchar–¿Cómo vas a hacer?– preguntó la ginecóloga cuando la ecografía de la semana 8 reveló que no había un saco gestacional sino dos.–No sé– respondió Verónica González Bonet.Y era verdad. No tenía idea. No porque la falta de visión fuera un impedimento para ella, sino porque en ese instante la asaltaron las mismas dudas que a cualquier mujer que se entera, de pronto, que su futura maternidad será por partida doble. “Hasta que no lo vivís no lo sabés: es muy fuerte que dos bebés te necesiten al mismo tiempo, y que necesiten lo mismo”, dice Verónica.Tuvo suerte, piensa hoy, mientras los gemelos de 11 años y su otro hijo, de 6, revolotean a su alrededor. Con un obstetra que casi no le realizó seguimiento no hubo complicaciones en un embarazo que, por ser biamniótico monocorial (los gemelos no compartían bolsa, pero sí placenta), era considerado de riesgo. “Este médico solo me tomaba la presión y me subía a la balanza, nada más”, recuerda Verónica, sin encontrarle explicación a las respuestas retaceadas, las pocas ecografías, la negativa a que su marido, que tiene una disminución visual leve, pero no es ciego, la acompañara en la sala de partos. “Creo que me atendió así por desidia, pero además, siempre hay una desvalorización con relación a las personas con discapacidad: creen que no podemos reclamar o que no sabemos cuáles son nuestros derechos”, comenta Verónica que, cansada del destrato, se puso en campaña y un mes antes de que nacieran sus hijos comenzó a atenderse con otro profesional. “Ahí cambió todo, era un médico amoroso. Los chicos nacieron por cesárea porque Nahuel estaba de cabeza e Ignacio de cola. El obstetra me preguntó qué quería hacer, y yo no quería atravesar un parto natural e inmediatamente después una cesárea, que era lo más probable, así que me incliné por esa opción”, explica Verónica.El nacimiento de sus hijos lo recuerda así: una anestesia peridural suave que ni siquiera llegó a marearla, la mano de su marido sosteniéndola todo el tiempo, la voz del obstetra que le iba relatando lo que pasaba, el llanto de Nahuel, el primero de los bebés, que se calmó apenas se lo pusieron en el pecho. Al ratito sacaron a Ignacio que, según Verónica, tardó unos segundos más en llorar.Verónica con su marido y sus gemelos recién nacidosgentilezaMientras su marido sostenía a Nahuel, a ella le alcanzaron a Ignacio y la calma llegó exactamente igual. “Los dos se prendieron rapidísimo a la teta, fue todo perfecto”, recuerda Verónica.Lucas, el marido de Verónica, el día que nacieron sus hijosLas dificultades, cuenta, llegaron un poco después. Aunque la obra social le cubría una persona para asistirla 8 horas diarias durante los primeros dos años de los chicos (una prestación que prevé la Ley 24.901 bajo el nombre de “asistencia domiciliaria” y que ella tuvo que pelear junto a la Defensoría del Pueblo, porque en un primer momento se la negaron), había un lapso de dos horas al día, mientras su marido se iba a trabajar, en el que debía quedarse sola con sus hijos.“Estaba tranquila porque me manejaba muy bien”, asegura Verónica al referirse a esa ventana de tiempo que solía ir de 7 a 9 de la mañana. A un bebé lo ponía en el bebesit mientras al otro lo amamantaba; tenía dos hamaquitas con música que se movían solas y sabía exactamente dónde estaba la cuna de cada uno…Con Ignacio y Nahuel, cada uno en su bebesitSin embargo, un día le pasó algo que la marcó. Estaba cambiándole los pañales a Nahuel y cuando se alejó a buscar el óleo calcáreo, el bebé de 6 meses giró y se cayó al piso desde el cambiador. Fue un instante de pánico. Nahuel empezó a llorar con fuerza y ella también; Ignacio se sumó desde la cuna. En medio del caos, Verónica recurrió a su ahijada con el mismo sistema que utiliza hoy: una app incorporada al teléfono que lee la pantalla y le permite realizar llamadas e intercambiar mensajes. La chica llegó a la velocidad de la luz, se comunicó con Emergencias y entonces Verónica se fue con Nahuel a la guardia, mientras su ahijada se quedaba en la casa con Ignacio. “Nos dejaron internados 3 días para hacerle estudios a Nahuel”, detalla Verónica. “En un momento vino un auditor médico a decirme que yo no podía cuidar a dos bebés”, dice, y agrega que entonces le preguntó al médico, con enojo recubierto de ironía, si su sugerencia era darlos en adopción. La respuesta fue un silencio rotundo.A todo esto, los estudios habían dado bien y la caída ya podía calificar como “un susto”. El último día, el Jefe de Guardia se acercó a Verónica y le preguntó: ‘¿A vos qué te parece? ¿Te tengo que dar el alta?’.Ella le respondió que él era el médico, que esas decisiones le correspondían a él. Seca, se lo respondió. Agotada y pensando, además, que en su casa estaba su marido solo con Ignacio, dándole mamadera desde hacía días porque ella no había podido dejar la clínica para amamantarlo. “Me lo decía para hacerme sentir mal, como si quisiera castigarme. Cuando llegué a mi casa empecé a vomitar, por todo lo que había aguantado”, cuenta Verónica.Unos años más tarde llegó Lautaro, su tercer hijo. Fue un embarazo difícil, con un hematoma en el útero y pérdidas las primeras semanas. Cuando le hicieron la translucencia nucal, además, la médica le aseguró que el valor estaba mal. “Desde que entré a hacerme el estudio empezó a preguntarme por qué tenía otro hijo, si ya tenía dos, que si yo era ciega para qué iba a tener otro…”, dice Verónica. “También me aseguró que los valores del análisis hormonal no eran correctos, pero cuando hice una interconsulta descubrí que ese estudio estaba bien. Luego me hice una punción para chequear los datos de la translucencia, y también dio bien. Es decir que esa médica me estaba asustando, incluso mintiendo, solo porque no quería que yo tuviera otro hijo. Y lo más grave es que jamás le pedí opinión”.Con su hijo Lautaro en Ginebra, cuando asistió al Foro Social de Discapacidad y Derechos HumanosEn carne propiaEl maltrato en el ámbito médico Verónica lo vivió desde que nació. Fue hace 44 años, de forma prematura, en una clínica privada de la ciudad de Buenos Aires. La pusieron en una incubadora con carpa de oxígeno durante un mes y ese exceso le quemó las retinas. “Fue mala praxis”, afirma hoy.Hija de un electricista y de una docente, la menor de 4 hermanos, fue educada igual que el resto. Aprendió a utilizar el braille en el jardín de infantes y tenía una docente particular que le enseñó a cocinar, a maquillarse y a escribir a máquina con el método de dactilografía, es decir, memorizando dónde se encontraba cada letra del teclado. Fue su madre, años después, la encargada de realizar las gestiones para que Verónica asistiera a la misma escuela donde ella daba clases, con una maestra especial que iba unas veces por semana para transcribir en tinta todo lo que la nena redactaba en braille. Sus padres, mientras tanto, le leían los libros y se los grababan, en formato de audiolibro casero. Años más tarde, Verónica no tuvo problemas en utilizar la computadora y, al terminar el colegio secundario, comenzó a estudiar licenciatura en Informática en la UADE mientras trabajaba en Tiflonexos, una asociación civil que desarrolló la primera biblioteca virtual para ciegos de habla hispana. “Mi papá en ese momento manejaba un taxi para pagarme la facultad, así que pedí una beca y me la dieron. Para cursar, usaba una aplicación con un dispositivo externo que funcionaba como sintetizador de voz y me servía para tomar notas”, recuerda.A su marido lo conoció en Tiflonexos, donde él hacía tareas de soporte técnico. En 2006 comenzó a estudiar Periodismo en un terciario, terminó en 2008 y muy pronto entendió que esa era la carrera a la que quería dedicarse. Tuvo muchas dificultades para insertarse en los medios e incluso llegó a conseguir una reunión con el Gerente de Noticias de un canal privado que le dijo que no había antecedentes de una persona con discapacidad en cámara. “Yo le dije que no tenía por qué ser delante de cámara”, describe Verónica, que al ponerse a investigar descubrió que había una periodista española ciega que condujo el noticiero del canal público de Andalucía por 12 años. Le mandó el video al gerente, pero nunca tuvo respuesta.Finalmente, luego de muchas búsquedas y rechazos, consiguió trabajo en la TV Pública y se transformó en la primera presentadora ciega de un noticiero argentino.Verónica en su rol de conductora del noticiero de la TV PúblicaLa maternidad era un mojón ineludible para ella: algo que había deseado desde chica y que habló con su marido desde que se conocieron. Y aunque el embarazo de los gemelos tardó en llegar, la mayor dificultad no fue esa sino las reacciones de aquellos que aún hoy se incomodan al verla en el rol de madre. Algo no les cierra y pasan a la acción de formas que Verónica recibe como intrusivas; incluso, irrespetuosas. Hace poco, una mujer se acercó a su hijo en el subte y le limpió la nariz con un pañuelo. “¿Hubieras hecho esto si yo pudiera ver?”, le preguntó Verónica cuando entendió lo que había pasado. La semana pasada, en la calle, un hombre se acercó a los gemelos que iban junto a ella: “Cuídenla a mamá”, les dijo. Los chicos no respondieron, pero Verónica no quiso dejar pasar el comentario. “Ellos no tienen que cuidarme, yo soy la mamá”, corrigió.Y es que ese es el prejuicio más común que enfrenta desde que nacieron sus hijos: el que dice que una persona con discapacidad no es capaz de cuidar a otro. “Hay cosas que aunque quisiera no podría hacer, como manejar un auto o ser cirujana, pero con los apoyos y la tecnología puedo hacer muchas otras, entre ellas, ser mamá”, plantea.Con los gemelos Ignacio y Nahuel, y Lautaro, cuando era bebéUna imagen actual de Verónica junto a Ignacio y Nahuel, de 11 años, y Lautaro, de 6Alejandro GuyotEn cuanto a la relación de los chicos con su propia ceguera, dice que los gemelos siempre fueron de preguntar mucho (cómo quedó ciega, si algún día podrá recuperar la visión, cómo hace para orientarse) mientras que Lautaro lo naturalizó más rápido: “Desde chiquito me cuenta las películas, imita a su papá. Tiene una gran habilidad narrativa”, ilustra Verónica.”Lo único que mis hijos reclaman es que se los respete como niños”, asegura VerónicagentilezaLo único que los tres reclaman es que se los respete como niños. “Yo no quiero que mis hijos carguen con algo que no les corresponde: ellos no son mis lazarillos, yo me manejo bien. Ahora falta que la sociedad pueda procesarlo”, concluye Verónica.Violeta GorodischerConforme a los criterios deConocé The Trust Project
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