Todos venimos de algún lado. Todos participamos de una estirpe. La especie humana hace ya rato que apareció en el planeta y en nuestros genes habitan las vivencias de hombres y mujeres que atravesaron maravillas y dificultades inimaginables, y de esa misma madera estamos hechos. Vale recordar esto en tiempos en los que muchos parecen creer que la humanidad se ha inaugurado en el presente.La idea del superhéroe, del individuo que lo puede todo, sucumbe cuando asoman las verdaderas dificultades. No significa que el esfuerzo y hasta el sacrificio personal no sean eficaces, sino que con solo eso no podemos navegar por aguas difíciles.Con la pesadilla de la pandemia y sus daños colaterales, la abismal crisis económica, los problemas políticos, ecológicos y culturales que han tornado la vida en un campo lleno de espinas, el encuentro de recursos anímicos se hace tanto o más importante que la mera descripción de las calamidades que nos rodean. Dentro de esos recursos están nuestros antepasados y, también, la red forjada a lo largo de nuestra vida en la comunidad dentro de la cual hemos crecido.Un canto a uno mismo…. y a los otros tambiénUno de los poemas más bellos del poeta norteamericano Walt Whitman es el llamado Canto a mí mismo, que fue traducido magistralmente por Jorge Luis Borges. Entre los extensos versos se encuentra una frase maravillosa que reza: “Yo soy inmenso y contengo multitudes”.Todos contamos con una “multitud” de vínculos que nos han hecho ser quienes somos, ofreciéndonos oxígeno afectivo, enseñanzas, ejemplo, referencia cultural y ganas de vivir, a través de infinitas experiencias vitales que, a veces, damos por obvias.En estos tiempos en los que muchas veces nos sentimos con miedo, con angustia o creemos estar solos frente a tanta adversidad, es bueno recordar que en nosotros reside la fuerza, la energía y el amor de las muchas personas que hemos conocido y que nos han “tocado” a lo largo del camino. En esa línea, nos acompañan también quienes, desde el pasado, demostraron tener el temple suficiente como para atravesar tiempos históricos de extrema dureza y permitir, gracias a ello, que hoy existamos.Tanto se habla hoy de redes, olvidando que esa red forjada de infinitas historias es, con certeza, la más importante. Esta red interior puede incluir a personas muy diversas: aquellos que fueron cercanos y con quienes compartimos largo tiempo, o personas con las que experimentamos asuntos puntuales, como un trabajo, un proyecto o incluso una situación dolorosa. Pueden ser personas que están vivas y a las que vemos actualmente o personas que ya no están con nosotros de manera física, pero sí siguen estando en nuestro corazón y en nuestro recuerdo.Porque, ¿quién no tiene dentro a su maestra de primer grado, que, aun sin saberlo, abrió una de las primeras ventanas al mundo? O abuelos, con sus historias ricas y diversas, algunas vividas en la guerra o en las muchas peripecias a las que la Argentina nos tiene acostumbrados.Si lo pensamos bien, tantas vidas han pasado por la nuestra y cada una de ellas ha dejado una marca, un aprendizaje, un recurso, un recuerdo de algo valioso y, sobre todo, una percepción clara de pertenencia a una comunidad, lo que nos salva de la fragilidad que significa, a nivel psíquico, la vivencia de soledad individual ante la dureza del mundo.Volver a las raícesEste año murió Thich Nhat Hanh, un maestro espiritual que fue un incansable trabajador por los derechos humanos y la reconciliación durante la Guerra de Vietnam. Con la conciencia del final que se avecinaba, decidió regresar a su Vietnam natal para pasar sus últimos días en el templo en el que se había convertido en monje en 1942, a los 16 años. Uno de sus discípulos explicó hace poco su decisión de regresar: “Definitivamente está volviendo a sus raíces. Ha regresado al lugar donde creció como monje. El mensaje es recordar que no venimos de la nada. Tenemos raíces. Tenemos antepasados. Somos parte de un linaje o corriente”.Vale la imagen de la decisión de un hombre sabio para ilustrar que, más allá de todo universalismo y desapego, el saber que pertenecemos a una comunidad afectiva, cultural, histórica y hasta espiritual es parte del temple con el que nos alimentamos ante la adversidad, lo que nos permite elevar un poco la mirada ante la angustia, los infortunios y los pronósticos agoreros.Son estas las “multitudes” que nos habitan, las que, como bien dice el discípulo de Thich Nhat Hanh, “son la luz de una vela que se transfiere a la próxima vela, y a muchas otras velas, para que podamos seguir viviendo…”.Sencillas palabras para nombrar aquello que forjó a la humanidad desde sus inicios: la red de sentido, la “multitud” que nos acompaña, la vivencia de formar parte de algo más grande que nosotros mismos que impide que nos rindamos cuando todo parece derrumbarse.Adela Sáenz Cavia es especialista en educación emocional y bienestar; Miguel Espeche es psicólogo, especialista en vínculosMiguel EspecheAdela Sáenz CaviaTemasSábadoConforme a los criterios deConocé The Trust ProjectOtras noticias de SábadoPrimer amor. 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