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La selva del Congo, un pulmón frágil que busca protección

Bajo un techo de árboles, los científicos auscultan la selva de la cuenca del Congo, en cuyas aldeas empieza a practicar técnicas de cultivo menos dañinas para este “pulmón verde” amenazado, esencial para la lucha contra el cambio climático.La “torre de monitoreo de flujo” de 55 metros de altura, que permite cuantificar el carbono absorbido o emitido por el bosque, se levanta en la exuberante reserva de la biosfera de Yangambi, que cubre unas 250.000 hectáreas a orillas del río Congo, en la provincia de Tshopo (noreste de República Democrática del Congo).Las torres de monitoreo de flujo son numerosas en el mundo, pero en la cuenca del Congo todavía no había, “lo que limitaba la comprensión de este ecosistema y su papel en el cambio climático”, explica el jefe del proyecto Thomas Sibret, de la Universidad de Gante (Bélgica).Los datos de la torre “Congoflux”, operativa desde finales de 2020, deben analizarse a largo plazo, pero una cosa es segura: el bosque tropical captura más gases de efecto invernadero de los que produce, asegura el científico.”A menudo hablamos del primer pulmón, la Amazonía, y del segundo, la cuenca del Congo”, explica Paolo Cerutti, jefe de operaciones en el Congo del Centro para la Investigación Forestal Internacional (CIFOR).Pero, según este silvicultor, “empieza a haber pruebas de que la Amazonía se convierte más en un emisor”. “Por ello apostamos mucho por esta cuenca del Congo, especialmente la RDC que tiene 160 millones hectáreas de bosque capaces todavía de absorber el carbono”, añade.Allí el bosque también está amenazado: “El año pasado, el país perdió medio millón de hectáreas”, dice.La explotación industrial o ilegal contribuye a la desforestación, pero la razón principal según él es “la agricultura itinerante de tala y quema”.Cuando la tierra usada por los campesinos se empobrece y su rendimiento decae, estos se van más lejos, desbrozan un nuevo terreno, lo queman y vuelven a empezar.Esta práctica y la explosión demográfica amenazan con hacer desaparecer el bosque.- “Pensábamos que era inagotable” -“Pensábamos que era inagotable (…) Pero aquí ya no hay más árboles”, se lamenta Jean-Pierre Botomoito, jefe del sector de Yanonge, a 40 km de Yangambi.Hay que recorrer largas distancias, en pie o en bicicleta por senderos estrechos y embarrados, para encontrar las orugas que colonizan algunos árboles y que los locales adoran comer.O para encontrar algo para hacer carbón de leña, llamado “makala”, que es usado abundantemente para cocinar ante la falta de electricidad.Desde hace cinco años, el proyecto FORETS, financiado en gran parte por la Unión Europea, trata de sedenterizar a la población permitiéndole vivir mejor de sus campos y del bosque.En las parcelas se alternan los cultivos. La yuca y el maní se plantan entre acacias de crecimiento rápido que en seis años servirán para producir makala.Los viveros ayudan a la reforestación. Una “granja piloto” muestra cómo sacar mejor rendimiento a la explotación, con unas piñas por aquí y una pocilga por allá.También explican a los leñadores cómo seleccionar los árboles. Hay unos hornos mejorados para obtener más makala y unos aserraderos donde los carpinteros legales pueden producir bellos tablones de madera.Un laboratorio de biología ayuda a predecir la evolución del bosque y el herbario, santuario de miles de plantas secas recogidas desde los años 1930, ha sido renovado.Y los responsables del programa nacional de investigación sobre el café sueñan con el renacimiento de la industria cafetera, hundida por la mala gestión, las enfermedades y los conflictos armados.- “Faltan medios” -“Somos agricultores, pero no tenemos necesariamente buenas prácticas”, admite Jean Amis, dirigente de una organización local.Hélène Fatouma, que preside una asociación de mujeres, se alegra de que los estanques piscícolas alrededor de los que retozan patos, pollos y cabras hayan producido 1.450 kilos de pescado en seis meses, contra 30 kilos antes.En un claro del bosque ennegrecido y asfixiante por el calor, Doloka, de 18 años, saca las brasas de un horno todavía humeante y se muestra contento de que “el bosque venga cerca de casa”.Pero otros lugareños son menos entusiastas.Algunos piensan que la torre de flujos roba el oxígeno, otros que les quieren quitar las tierras, algunos dirigentes defienden que los árboles vuelven a crecer por sí solos y que estos programas solo enriquecen a los promotores.Los equipos de CIFOR esperan que la sensibilización y la educación permitan vencer la resistencia.Dieu Merci Assumani, director del centro de investigación INERA, confía en la “adhesión de todos”.Pero “faltan medios”, advierte, denunciando que las comunidades congolesas no ven llegar “la financiación de carbono” prometida por los “países contaminantes” a cambio de la protección de la selva.”Los compromisos están bien, pero lo que hace falta son desembolsos”, enfatiza.at-em/dbh/zmAFPSeguí leyendoSe supo. 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