La brasileña Camila Reis, de 34 años, ha llegado hasta aquí antes de las siete de la mañana con el último dinero que le quedaba. Cinco reales, menos de un dólar. Y en el autobús que la ha traído hasta esta plaza donde hace cola frente a una sucursal bancaria le han robado. No ha sido un asalto, sino el conductor, que se ha quedado con los 10 centavos de la vuelta. “No me queda nada, espero que el dinero esté, por la gloria de Dios”, dice la señora Reis bajo el sol inclemente de mediodía en Periperi, una barriada de la periferia de Salvador de Bahía. Con la paciencia de los pobres y la fe renovada, confía en que la cola avance, los trámites estén en orden y reciba la paga mensual del Gobierno brasileño para los pobres. Deriva de la famosa y eficaz Bolsa familia, que el presidente Jair Bolsonaro rebautizó como Auxilio Brasil para devincularla del Partido de los Trabajadores de Lula da Silva. Con la vista puesta en las elecciones, ha logrado aumentar la cuantía en un 50%.Seguir leyendo
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