Fernanda y Stephen en 2009, cuando se conocieron, en las playas de Mahabalipuram, IndiaEra el 2008 y a Fernanda le faltaban unos meses para cumplir los 33. Digamos que lo tenía todo: pareja, trabajo y casa. Pero, claro, alcanzar los estándares de vida preestablecidos por la sociedad no hacen a la felicidad.Su relación -con quien vamos a llamar Sr. X- estaba en crisis, su trabajo en el estudio de arquitectura la aburría sobremanera y su casa, era eso, una casa… no un hogar.Entonces, sólo faltaba que se le diera un proyecto con el cual obtendría la plata que necesitaba para soltar todo, y hacer lo que le quitaba el sueño hacía años: conocer Vietnam.¡Bingo! Salió el proyecto y Fernanda no dudó ni medio segundo: comenzó a planificar cómo llegar al Sudeste Asiático. El atajo fue Marina, una amiga de una amiga, quien la acompañaría. El tema era que Marina ya conocía el destino pero “me hacía la gamba si la ruta incluía el sur de India, y como siempre había querido conocer ese país, dije, genial, hago dos viajes en uno, ¡me voy tres meses!”, recuerda.Renunció a su trabajo y empezó con los preparativos, entre ellos un revival con el Sr. X, que lo incluía de inquilino en el departamento que Fernanda tenía en Colegiales, con contrato indeterminado.Entonces sí, hubo fecha: el 17 de noviembre del mismo año partiría el avión rumbo a Asia. “No me traigas un indio” fue la despedida premonitoria de Queque Salomé, su padre -hijo de inmigrantes judíos sefaradíes-, mientras la abrazaba en Ezeiza.Universos paralelosMientras tanto, del otro lado del mapa, se encontraba Stephen estrenando sus 24 años con la sensación de que su primer trabajo serio había cumplido una etapa. Deseaba regalarse unas verdaderas vacaciones, esas que nunca había tenido. A eso, se le sumaba la visita a su país de un español, amigo de un amigo, que como casi todo extranjero que viaja a India contacta a un local para moverse mejor por tan bello como aventurado lugar. ¿Resultado? Stephen dejó su trabajo y emprendió travesía con los europeos.El día DEra el 2 de diciembre de 2008, luego de un tremendo recorrido en micro desde Goa y faltando dos días para su cumpleaños, a Fernanda le pareció buena idea comprarse alguna chuchería de plata en Hampi, conocida como Ciudad de la Victoria, “y uno de los lugares más especiales que jamás haya conocido, por sus atardeceres y su espiritualidad”, asegura. Por algo, en 1986 fue nombrada Patrimonio de la Humanidad.“Antes de entrar a la joyería escucho hablar a unos chicos españoles que venían con un morocho de pañuelo en la cabeza. Qué lindo el guía, pensé”, cuenta pícara. Una vez adentro del negocio, entre regateo y regateo, las chicas se ponen a hablar con los turistas que les presentan a Stephen, el morocho. Con su inglés del Washington School de Buenos Aires, Fernanda descubre que “el guía” no era guía. Tienen una charla de cinco minutos por reloj sobre a qué se dedican, casualmente ambos al diseño, e intercambian emails. Ella, pensando en que le vendría bien usar el contacto durante sus 12 horas en Chennai; él, imaginando futuros clientes europeos… todavía no había entendido que la mujer era más argentina que el dulce de leche.El reencuentroLuego de una serie de mails, con invitación fallida a una Navidad india, la porteña le escribe a Stephen para anunciarle que el 2 de enero, justo un mes después de la primera vez que se cruzaron, estaría en su ciudad. “¿Sabés por qué lo llamé? Yo tenía que ir a Chennai para tomar mi avión rumbo a Tailandia, y qué iba a hacer 12 horas sola (Marina había seguido por otro lado) en una ciudad que ni conocía. Dije, tiro las valijas en algún lado y me voy a pasear con este pibe”.Y no es que Fernanda careciera de espíritu aventurero, sino que la noche de Año Nuevo habían tenido una experiencia traumática: mientras celebraban en un antro popular “un grupo de tipos locales nos tocaron todo lo que se te pueda ocurrir del cuerpo”. Horrible. “Es que no va, es como ir a caminar por La Boca a las 2 de la madrugada desnudo”, explica hoy Stephen con su encantador acento, típico del extranjero que por más años que pasen jamás va a dejar su exótico sello.Cual película hollywoodense, aunque en este caso sería un clásico de Bollywood, el caballero la fue a buscar a la estación de micros, ¡una hora y media más tarde!, acusa ella, pero el recuerdo de su remerita rosa bajando de la moto, pudo más que el reproche por la impuntualidad. Si en ese momento él hubiera hablado una gota de español, habría escuchado algo así como: “¡¿Quién es el bombón que viene ahí?!”.El bombón metió a la latina en un rickshaw -un triciclo motorizado típico en distintas regiones de Asia, también conocido como tuk tuk-, obviamente los dos con sus tres valijas en una moto se complicaba, y se dirigieron en caravana a su casa, en el centro de Chennai.La ciudad de ChennaiAhí comenzó la magia: ella lo miraba desde el rickshaw durante todo el trayecto… Desde ese momento Fernanda sintió algo especial, “pero lo que me enamoró es que cuando llegamos a la casa me preguntó si tenía hambre, y pidió un pollo al spiedo, ¡eso me enamoró porque lo que más extrañaba era comer un pollo plain, sin nada, con limón, al horno con papas, como el de mi mamá, yo estaba fascinada!”, se ríe de la anécdota tan lejana al romanticismo.Y él se enamoró de ella por cómo comía el pollo: “La veía sentada arriba de mi cama (no tenía mesa y era cama-sillón, todo funcional) comiendo el pollo desaforada, como si nunca hubiera saboreado algo así; pensaba, ‘qué le pasa a esta chica pobrecita’”, recuerda Stephen. “Es que en India todos comen con la mano -se justifica la argentina-. Y además pensaba: ‘Total a este pibe no lo voy a ver nunca más y muero por un pollo’”. Y precisamente esa familiaridad de verla a ella, que ni sabía de dónde venía, desparramada en su cama, sintiéndose tan cómoda en su propia casa es lo que disparó directo al corazón de Stephen.Luego de devorar media ave, Fernanda se percató de la imagen que colgaba de una de las paredes del monoambiente: una pareja bailando tango, que él mismo había dibujado. “Yo ni siquiera sabía qué es ‘tango’, sólo había visto a Al Pacino en Perfume de mujer, me gustó y lo pinté.” Lo que dio el puntapié a ella a contarle que era de Argentina, tierra que Stephen sólo relacionaba con el fútbol, Maradona y Messi. Y le contó que como India es un país que no califica para el Mundial, en épocas de campeonato, la mayoría de la población se calza la ‘blanca y celeste’. Ella sonrió.Como en una películaLa charla no tenía baches, todo fluía. Él propuso mostrarle su ciudad -aunque originalmente Stephen es de Tirunelveli, se había mudado a Chennai a los 17 para estudiar y desarrollar su carrera-, entonces ella, que venía de un viaje muy mochilero, de repente creyó ver un oasis: el shopping. Igual que en Mujer Bonita, él le propuso llevarla a Fabindia, una especie de Zara made in India, para que se comprara ropa. Una vez ahí, cual Richard Gere a Julia Roberts en el film, le pidió que se midiera lo que le gustara, y le regaló un vestido. “Yo me probaba y salía del vestidor, y ahí estaba él mirando y pensaba, esto parece Mujer bonita, no lo podía creer, era una situación hermosa”, rememora.Todavía quedaban algunas horas para que la argentina tuviera que subirse al avión rumbo a Tailandia; compraron un par de Kingfisher, la cerveza local más popular, y subieron a la terraza de la casa de Stephen. El corazón de Fernanda ya latía de otra manera. Mirando la ciudad, empezó a preguntarse por este joven el cual no sabía cuándo, cómo ni dónde podría amar. Su playlist interna sólo repetía una melodía: “terraza-taxi-me voy-no lo veo más-le doy un beso-no le doy un beso”. Stephen hizo la pregunta que, por fin, detuvo el disco: “¿Querés que te acompañe al aeropuerto?“.La onda era tan magnética como implícita: ya no sabían cómo alargar el momento de lo increíble que lo pasaban juntos. Pero, aunque la química y la atracción los quemaba, no llegaron a nada más que a un tierno abrazo de despedida en la puerta del aeropuerto (en India sólo tiene permitida la entrada el que viaja).Hola Tailandia, Chau VietnamUna vez en Tailandia, Fernanda no podía parar de pensar en Stephen. Comenzaron con el intercambio de mails, esta vez más comprometidos, contándose lo que les había pasado a cada uno. Empezarían con escritos más bien románticos, para ir subiendo el tono a niveles más ardientes, que tranquilamente podría haber escrito E.L. James en sus 50 sombras de Grey. Así, durante el día ella hacía turismo Thai y por la noche viajaba a la India desde el cyber que encontraba.Jaipur 2012: segundo viaje a India de Fernanda; primer viaje juntos a conocer a la familia de Stephen“Una noche desde un locutorio en Laos, abro un mail y Steve me había mandado la canción más bella que jamás haya escuchado: Tere bina. Ahí me enamoré más, no lo podía creer, todo encajaba, teníamos que estar juntos, cada vez estaba más segura”, se emociona.En el país vecino, Fernanda comenzaba un curso de meditación y silencio por diez días y, como suele suceder, cuanto más queremos acallar un pensamiento -por más espiritualidad que uno practique- el ‘pajarito mental’ más se empeña en recordarnos esa idea. “No estaba en mis planes volver a la India. Tenía mi pasaje y visa para ir a Vietnam -el destino que dio origen al viaje- y no sólo tenía que decidir si volvía a la India o no, además debía resolver qué hacer con mi novio en Buenos Aires, a quien tenía viviendo en mi casa.”La plata alcanzaba para viajar dos meses más pero había que tomar determinaciones. Al segundo día de meditar, Fernanda logró mutear sus pensamientos… y lo supo: volvería a Chennai y, enseguida, a Argentina a despedir a su pareja; así podría continuar construyendo el sueño que se había comenzado a gestar en Hampi. “Lo único que quería era estar con Steve”.El 1 de febrero finalizó el “no-tan-silencioso” retiro y, desde el mismo aeropuerto de Bangkok, a las 7 de la mañana hizo la llamada: “Hola, soy Fernanda, decidí ir a la India…. Él no entendía nada, hacía diez días que no hablábamos y para mí fue re antipático… como que no tuvo mucha reacción”. (“Yo a la mañana no funciono”, explica ahora Stephen justificando la hora y media de diferencia entre ciudades).Pero su instinto femenino ya había sentenciado que ahí estaba el amor verdadero. Esperó tres horas y volvió a marcar: “Mirá, estoy acá por sacar el pasaje para ir a visitarte, ¿te interesa? ¿querés que vaya?”. Resultado: 24 horas más tarde Fernanda soñaba despierta en la sala de embarque con su nuevo ticket para volar a India.Tercer actoLuego de dos meses exactos desde su primer encuentro en Hampi, y a un mes de la jornada que compartieron en Chennai, el 2 de febrero -esta vez puntual y en rickshaw-, Stephen fue a buscar a esa extraña que se había metido hondo en su corazón: “Cuando la vi volver, sentí que nunca jamás nadie había provocado lo que ella hizo en mí”. Y, aunque Fernanda ya le había anunciado que le partiría la boca de un beso apenas verlo, el beso tuvo que esperar: él le había explicado que en su país las demostraciones públicas de afecto no estaban bien vistas. Pasaron diez días increíbles, lo más parecido a una luna de miel, no podían despegarse, ni parar de tocarse y besarse. Vivieron una vida de novios primerizos: cenas afuera, salidas al cine, escapadas a la playa, presentación de amigos y, sobre todo, ¡mucho tiempo en la casa!Los primeros días todo era disfrutar el momento y, a medida que el tiempo pasaba, se iban imaginando una vida juntos. Todo era amor, salvo un detalle: “Dos días antes de volverse a Buenos Aires, Fer me dice que tenía un novio viviendo en su casa”, recuerda él. De todos modos, su plan era regresar para cortar ese vínculo.El adiós fue muy difícil pero hubo una señal que ambos guardan como el símbolo que sembró la esperanza: en el aeropuerto junto a ellos había una familia despidiéndose con mucho cariño, ella india, él occidental… “Sí, se puede,” rezaron.Regreso con gloriaA la semana de su retorno, Fernanda invitó a su pareja a dejar el departamento de la calle Delgado. “Y ahora, yo qué mierda hago acá, me dije”. Skype día y noche con la India fue la respuesta natural. No importaba el gap horario (8 horas y media); el deseo lo era todo. Mientras ella se lavaba los dientes para irse a dormir, él se los cepillaba para comenzar el día; cuando ella almorzaba, él la acompañaba con su cena. Estaban los dos sin trabajo así que pasaban horas y horas frente a la pantalla. Tres meses bastaron para planear el gran paso, y dos más para ejecutarlo: Stephen dejó todo y vino a Buenos Aires a probar suerte junto a la mujer que amaba.Casualmente, hace 13 años en Argentina, como adelantándonos al 2020, la Gripé A había impulsado a que muchos usaran el tapaboca: “Era la primera vez que viajaba fuera de mi país. En mis dos valijas traía un sari para Fer, masala (una mezcla de diferentes especias típicas de la India) y una pila de barbijos que me había comprado mi mamá para cuando llegara a Argentina”. Cuando bajó del avión con su tapabocas, la vio a Fernanda también con la mitad de la cara cubierta: “¡Yo fui a recibirlo con barbijo!”.Stephen y Fernanda el día de su bodaRápidamente Stephen se fue asentando con la gente y con el idioma pero el problema era conseguir trabajo, lo que llegó a los seis meses, casi cuando se estaba por vencer su visa. La pareja sintió por primera vez “estabilidad y futuro”. Y juntos decidieron dar un salto más: el “Sí, quiero”.Frente a todos los pronósticos -culturas muy diferentes, una década que los separa en edad, religiones opuestas, amigas incrédulas, discusiones con los padres (que hoy adoran a su yerno)-, en noviembre de 2010 Fernanda Salomé y Stephen Thayalan se casaron con una ceremonia mixta y deliciosa.Tere Bina, su canción, sonaba de fondo, en un festejo repleto de matices naranjas y amarillos -colores que simbolizan bendición en India-, costumbres judías, pantallas transmitiendo por Skype para los que no pudieron viajar y, por sobre todas las cuestiones, amor del bueno.Hoy ella no conoce Vietnam, pero en su lugar descubrió al guía de su vida: un indio que quería regalarse unas verdaderas vacaciones y aterrizó en Argentina, donde juntos y sin escalas formaron la bella familia que son junto a Fiona (7) y Nila (5).Fernanda ya no viaja por el mundo, pero tiene un hogar.Vacaciones familiares el último verano en Córdoba
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